La realidad indica que el Estado y la empresa son sectores complementarios. Para cumplir sus respectivos roles, ambos se necesitan.

 
La pandemia que nos sorprendió este año, revivió en todo el mundo el debate sobre el rol que deben ejercer los Estados, como árbitros y organizadores de la vida en sociedad. En nuestro país, dicha responsabilidad se vio reflejada en la decisión estatal de aplicar un aislamiento social obligatorio, que evitó males mayores y dio tiempo para preparar el sistema de salud.

En paralelo a ese análisis y revalorización de lo público, la cuarentena nos permitió confirmar también el rol -imprescindible- que juegan las empresas en una sociedad. No sólo porque son las encargadas de crear trabajo y riqueza mediante la producción, el comercio y la exportación, sino porque es su funcionamiento el que permite mantener a su vez al Estado, que sólo puede funcionar gracias a los impuestos que aquellas pagan.

Ninguna sociedad podría considerarse exitosa, ni satisfacer las necesidades de sus miembros, sin un Estado eficiente que se encargue de la Justicia, la diplomacia, la seguridad, la infraestructura, los acuerdos comerciales con el resto del mundo, el sistema de defensa o garantice el acceso a la educación y la salud públicas, por mencionar sólo algunos ejemplos de las obligaciones que le tocan. Pero la contracara de tales prestaciones, ciertamente importantes, no siempre es reconocida y valorada: me refiero a la necesidad de contar con un sólido elenco de empresas, en permanente expansión, que genere empleo, motorice la innovación y el desarrollo económico, y financie al Estado con sus impuestos.

La antigua dicotomía argentina entre lo estatal y lo privado, surge de una creencia errónea: suponer que un Estado fuerte y "presente" puede existir sin empresas fuertes y competitivas que lo financien y a la inversa, que este conjunto de empresas podría florecer en un país carente de un Estado eficiente, que garantice prestaciones mínimas y brinde un adecuado marco macroeconómico. La realidad indica que ambos sectores son complementarios: para cumplir sus respectivos roles, ambos se necesitan mutuamente.

Resulta interesante observar, en este sentido, lo que ocurre en la naturaleza con los organismos que para sobrevivir necesitan "aliarse" con organismos de otras especies, construyendo relaciones de beneficio mutuo. Esta clase de relaciones reciben el nombre de simbiosis mutualistas, precisamente por eso: ambos "contratantes" se benefician recíprocamente de la unión, y en muchos casos hasta morirían si quedaran huérfanos de su contraparte.

Esto es precisamente lo que ocurre entre un Estado y las empresas del país respectivo: forman parte de un mismo ecosistema, y así como se benefician mutuamente del éxito de su "compañera", también se resienten -inexorablemente- cuando ésta flaquea. Todo esto, que casi nadie discute en el resto del planeta, nos ha llevado décadas de debate estéril en Argentina, básicamente entre quienes postulan la necesidad de contar con un Estado omnicomprensivo, que reemplace a las empresas y sea el exclusivo garante del bienestar social, y quienes piden un Estado mínimo, casi ausente, que ceda toda la iniciativa (y la responsabilidad) al mundo privado.

Más allá de todas estas discrepancias es un hecho que si en la Argentina apostamos por seguir agrandando nuestro Estado a expensas de una carga tributaria impagable para las empresas, no sólo no podremos lograrlo, sino que anularemos la creación de riqueza y multiplicaremos aún más la pobreza.

Es menester, por tanto, que el Estado propicie activamente el crecimiento mediante políticas crediticias, impositivas y regulatorias, que alienten la inversión y ayuden a las empresas a mejorar su productividad y su competitividad. De las recurrentes crisis que sufre Argentina, sólo podremos salir si somos capaces de generar más y mejores negocios para nuestro sector privado, que a su vez creará más y mejores empleos y pagará más impuestos, reactivando así la economía y permitiendo que el Estado cumpla con creciente eficiencia el rol que todos queremos que cumpla.

Y para terminar, después de esta pandemia, ¿qué tipo de simbiosis vamos a construir? ¿Una parasitaria o una mutualista?

 

Por Martín Rappallini
Presidente de la Unión Industrial de la Provincia de Buenos Aires (UIPBA)