Rubí Alós fue en aquel memorable programa televisivo local "San Juan en Alta Visión" una estrella inolvidable.

Ha llegado a mis manos una recopilación de Pepe de la Colina sobre grabaciones de su prestigioso programa "Made in San Juan". Desfiló por ahí prácticamente toda la cultura sanjuanina de los últimos 50 años. Entre otros exponentes del canto, tuve la emoción de volver a escuchar a Rubí Alós.


En la plenitud de su magnífico arte, se fue muy joven enorme artista y dejó flotando en el meollo de la música un rosedal de canciones que supo conseguir y que resuenan no sólo en los registros materiales sino en ese otro ámbito, el de la memoria de la gente, donde nadie puede ocultar nada y la eternidad es reina. 


Con Rosita (Rubí fue su nombre artístico) fuimos como hermanos, aunque no nos viéramos seguido. El afecto doblega las distancias y las pausas. Mi padre y el de ella, Rafael Alós, gran cantor cuyano que integró La Tropilla de Huachi Pampa, fueron amigos del alma. 


Rubí no tuvo en la música la suerte y consagración debidas. Desde muy jovencita se afincó en Buenos Aires, ciudad de tristes y solitarios residentes que van a sufrir el contraste de un interior afable con un puerto de llegadas extrañas y ausencias prematuras. Allí cantó en infinidad de sitios y luego recorrió América Latina. Digo que no tuvo suerte porque -puedo asegurarlo- fue una de las más grandes intérpretes de música melódica del país y, sin embargo, fue sólo una pequeña flor, a veces una sombra de otros cantores tocados por esa muchas veces caprichosa varita ¡vaya injusticia! 


Muchas veces pensamos que si hubiera elegido un género más ligero, otra hubiera sido su suerte; pero ella era eso: fuego y arco iris de melodías universales. Uno generalmente elige; otras veces los caprichos de la vida nos eligen; de todos modos ella enalteció su género. Los sentimientos, las pasiones, eso que somos mucho más allá y más atrás de la razón, nos coloca en determinados sitios donde, igualmente, debemos ser dignos de ellos, honrarlos.


En aquel memorable programa televisivo "San Juan en Alta Visión" fue una estrella inolvidable. Recuerdo que su creador, don José L. Rocha, ponderaba su fogosidad en la interpretación, sus agallas para cantar, porque Rosita era nada menos que eso, calidad y fibra al servicio de temas que en su voz eran enaltecidos, un torbellino al servicio del alma. 


Vale repetir que no tuvo suerte en muchas cosas de la vida, aunque Dios le dio una vos de privilegio y un corazón al modo de la canción. Sufrió muchos golpes, la mellaron ausencias prematuras de seres entrañables, pero siguió erguida, frontal como los pájaros moldeados en su pecho; menos mal que tuvo la mano ardiente de la música y con ella luchó e hizo feliz a muchos, resistió, cayó, revivió, fue armando un jardín de vibraciones y estrellas para que reinaran el bolero, la balada y algunos tangos, y en cualquier momento, cuando la luz abandona, como a ella le ocurrió de golpe, más allá de sus nobles impulsos, todo fuera flor, para regocijo de nosotros.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.