¡Tiempos de tantos famosos!
Una de esas tardecitas se metió en la pista del viejo Estadio del Parque de Mayo y la hizo suya en una distancia que no era la de sus sueños. Él estaba para bastante más. Hasta que el largo aliento lo lanzó por las rutas sanjuaninas, tranco amplio y parejito.
El espigado morochito ganó el campeonato sanjuanino, luego el cuyano y por último la gloria de los campeonatos argentinos (aquellos que llevaron a Delfo Cabrera a ser héroe de las Olimpíadas); entonces, con su conocida humildad, acarició la cúspide de sus quimeras.
Y así "el Ñandú" Jesús Morales acuñó días de gloria de nuestro atletismo, y ese nombre llenó el corazón de todos. Los años se lo llevaron, apacible de triunfos y una vida lograda.
Dicen las lenguas populares que lo suelen ver divagar senderos invisibles, al modo de una sombra iluminada, por un potrero del Parque donde reinaba la vieja pista de tantas glorias; como enojado, el ceño fruncido porque extraña lo suyo, eso que fue también de todos; y por más que echa a pecho el rumoreo de una brisa fresca, no le llegan al alma las fragancias de unos cuarenta eucaliptus que también fueron talados brutalmente cuando se acometió con fiereza contra el glorioso estadio, la pista, el velódromo y la historia de un escenario que prestigió al país y nos colmó de sano orgullo.
Un nene que juega con su perro no puede verlo, pero lo ve el padre que alcanzó a acariciar sus hazañas y llegó a llorar alguna vez porque aquel humilde pueblerino de su barrio nos sentaba en el podio del prestigio nacional.
Dicen los románticos que una nochecita en cierne de una primavera de besos y caricias un hombre casi triste se levantó de un banco de madera y comenzó a trotar a ritmo de gacela por una especie de pista que seguramente sólo él veía. Y que de pronto se encaminó encendido como antorcha de lunas hacia lo que alguna vez fue la entrada al estadio de las carreras de ciclismo y atletismo, y desapareció entre la indiferencia de la gente. Nunca más se lo vio por allí. "El Ñandú" se había dado el último gusto; no necesitaba más que ese capricho. Cosas del corazón de los triunfadores.
Un vertiginoso viento azul tomó sendero por el centro de la calle Urquiza; dobló por Libertador y de ahí enfiló hacia el recuerdo. Los autos y colectivos no lo vieron. Más bien dicho: fueron atravesados por un tropel de estremecimientos cristalinos, sutiles, ellos que estaban en otra cosa, en otra vida, en otros días. El viento vestido de cielo impalpable no se arredró de la procesión del futuro que le tocó enfrentar en la senda. El pasado era mucho más.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete