Este nuevo aniversario de la Fundación de San Juan, me trae a la memoria la XXI Feria Internacional del Libro en Buenos Aires en la que participe, el 18 de abril de 1995, de la mesa debate sobre el tema "Geografía Literaria Argentina Zona Centro” que tuvo lugar en la sala Ricardo Rojas. En la ocasión integré un panel con los escritores Ricardo Nervi, de La Pampa; Julio Requeni, de Córdoba y Jesús A. Tobares, de San Luis.

El ámbito fue propicio para trazar un panorama de la literatura en general, de sus distintos géneros y de sus cultores. Por ello consideré oportuno referirme a la geografía sanjuanina, sus protagonistas, sus paisajes y a las voces que como dijo Antonio de la Torre "’cada uno con su mensaje, con su libro o con su verbo nos han ensanchado el mundo del ensueño y de la belleza”.

Respecto a mi presencia en la feria, se debió a una invitación de la Fundación El Libro a la filial San Juan de la Sociedad Argentina de Escritores. En ese entonces ocupaba la secretaría general y la presidencia la recordada Juanita Marún, quien de acuerdo con la comisión directiva me designó para representar a la entidad.

En una provincia de pronunciados contrastes, con su aridez y sus verdes valles, con vientos Zonda y Sur, desequilibrantes del clima, con esa montaña orgullosa y la humildad de los sembradíos a sus pies, por donde serpentea el agua y se hace fruto la "’suave vida del milagro” al decir de Buenaventura Luna. Ese paisaje que no tiene términos medios, exige que se lo viva intensamente para recién entregar sus misterios, sus silencios o la furia de sus temporales que afinan sus cuerdas en las quebradas. Esa comunión con el terruño de naturaleza desértica, salvo los oasis que forman los valles de Tulum, Ullum y Zonda, tienen o tuvieron marcada influencia en la poesía lugareña.

Esos valles son regados por su único río, el San Juan con sus ciclos de abundancia y de mezquindad. En ellos se concentra la mayor actividad económica y más representativa: la vitivinicultura. Así es como el viñador debe ser forzosamente motivo del canto de poetas, por su vigilia de un año junto a las parras hasta que llega el jubileo de la cosecha y de los lagares para que después alumbre el vino en la esperanza provinciana.

Bien definen su labor estas estrofas de Lizzie Gallo "’con la espalda ceñida de luceros conjurabas la vida de la cepa, prisionero de nieblas vagabundas, artesano del alma de la acequia, hechicero que en noches rescatadas le vendiste tu imagen a la tierra”. Es ese tiempo de cosecha cuando "’¡qué lindo se pone el pago!” decía Carlos Montbrún Ocampo, el que indica el fin de la jornada de doce meses, que terminaron las amenazas de las heladas de los vientos, de las granizadas o de escasez de agua. Por eso es que Lizzie Gallo le dice al viñatero "’que si tus manos moldeaban un ensueño hoy ya tienen lugar para la estrella. Si tu canto de ayer gemía nubes resumiendo tus horas en promesas, la viril arquitectura del racimo tiene voz que eterniza tu presencia”.

Pero hay otra presencia en la vida sanjuanina imposible de soslayar: es el río San Juan, ese hijo del romance del sol y la nieve en las altas cumbres cordilleranas; es también motivo de inspiración como no podía ser de otra manera desde que fue testigo de la fundación por el capitán Juan Jufré allá por el 1562. "’Se ha escrito esta provincia con surcos de agua merma donde clavó las guampas la hacienda enflaquecida. La llevaban en chifles andando pedregales, la medían por gotas, se rezaba por ella”, dice el poeta Jorge Leónidas Escudero.

"’Genio del futuro previsto a partir del pan en la mano y del vino en la sangre”, agrega Rogelio Pérez Olivera.

En el paisaje literario de San Juan esta también la cordillera con sus fuertes trazos de colores que se exaltan en los amaneceres y en los atardeceres y junto a ella encontramos a otro vendimiador de cumbres y de soles, de silencios y de vientos, de fríos y de estrellas. Es el minero ese hombre que hurga en las entrañas de las moles andinas sus riquezas ocultas, para ponerle el pecho al desafío de las vetas del oro o de la plata, del cobre o del plomo.

En la historia de los pueblos hay etapas que son provocadas por el hombre o la naturaleza. En San Juan tuvimos un terremoto en 1944 con su secuela de dolor, muerte y pérdidas de bienes. La ciudad colonial de veredas angostas y casonas de adobes fue prácticamente borrada aquel aciago 15 de enero.

Allí surge para recordarnos el San Juan que fue y que no conocimos, el poeta urbano, el poeta de las costumbres y de aquel antológico canto a ese carrero "’que entró y salió de la vida sin saberlo”, me refiero a Rogelio Díaz Costa.

Desde esa perspectiva podemos aproximarnos a un panorama de la literatura y decir que al igual que en el aspecto urbanístico, hubo una renovación en la temática de nuestros autores. Se pasó de la poesía épica, de la poesía lírica, de ideas o humorísticas a la poesía donde comenzó a tener voz el pueblo del cual se nutre el poeta, con sus angustias y esperanzas. Empezó el tiempo de la poesía social y de otras voces…

(*) Periodista.