"... Lo veo (a Lucho Román), bajito, delgado, voz firme y segura, autoridad para expresarse, enorme comunicador".


A la salida del hotel se acerca una señora y me expresa su satisfacción por saludarme. "Soy la esposa de Lucho Román; mi marido los admiraba", me confiesa. Sorprendido, pero más que nada emocionado, retrocedo a los días de gloria de nuestra radiofonía y en el insigne estudio de aquella Radio Colón del sótano lo veo, bajito, delgado, voz firme y segura, autoridad para expresarse, enorme comunicador.


Cuando aquella mañana abrí el diario y me encontré con su muerte, sentí una bofetada. Es cierto, toda la muerte lo es y Borges lo tenía clarito cuando la condenaba como una humillación. 


Para quien recibe el don de la vida para hacer de ella un sueño, un poema, un hijo, un romance, un volantín, es muy duro el silencio de la última palabra. Y para un periodista, como Lucho lo era en toda la dimensión del concepto, el revés del silencio es demasiada condena. Un periodista refiere la vida. ¡Qué sería de la historia sin los buenos cronistas que la apuntan cotidianamente!


Lucho (Luis Ricardo Román Pizarro) dejó una impronta, dura o agria a veces, pero nadie podrá negarle la autoridad periodística, esa que se logra cuando se nace para testigo de los hechos y las cosas y se tiene el don de poder contarlas al modo que los otros las entiendan y disfruten.


Jamás podré olvidar cuando este ignoto chileno seriote irrumpió en la radio sanjuanina y en aquella Colón ilustre del dial empujado a fuerza de una ruedita, un hilo y dorados sueños copó la mañana provinciana. Y aún hoy, cada vez que alguien se acerca a reconocer nuestra obra, no podemos librarnos de aquellas imágenes de casi niños cuando Lucho nos sorprendiera en su programa de la mañana anunciando la formación del Club de Admiradoras de Los Hermanos de la Torre. 


Lucho fue un duro tierno, con quien se podía cotejar la vida en palmos estrictos y muchas veces dulces, aunque él le costara revelar su costado manso.


No quiero utilizar el subterfugio innoble de ponderar la bondad de todo el que muere. Lo digo desde el corazón: vi en Lucho un hombre frontal que degustaba confrontar con aspereza y filo, pero que ante la cordialidad de una mano, recomponía su ceño y dejaba paso al hombre razonable y equilibrado, con quien se podía verificar la vida de modo brillante.


Fue un hombre de radio, inteligente, periodista señero; San Juan le debe rumbos profesionales creativos, audaces, lúcidos. No es poca cosa defender principios a rajatabla, como Lucho lo hizo en su intransigencia con la música, que siempre admitió en su radio sólo en castellano, valioso gesto en un país arrasado por la colonización. Las sociedades se arman a partir de los gestos de quienes las piensan más allá de mañana.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.