La industria alimenticia es reacia a cambiar métodos de producción baratos y poco saludables; siendo, además, el grupo que más invierte en publicidad, estimulando exageradamente las papilas gustativas de la población.

La conjura mayor, sin embargo, es de los gobiernos, porque pese a toda la evidencia científica, son tibios a la hora de cambiar la estructura de la pirámide nutricional y promover el consumo de proteínas, grasas y carbohidratos buenos que aportan los alimentos naturales.

Cambiar la cultura de la obesidad construida por décadas de prácticas alimentarias erróneas, no se logra de la noche a la mañana. Los procesos educativos requieren tiempo y buenas herramientas.

En ese sentido, los nuevos estudios se están apartando de los azúcares refinados y los alimentos procesados, imponiendo leyes que restringen el consumo de refrescos edulcorados, como en Nueva York, California, Buenos Aires, México y Gran Bretaña.

Los estudios no sólo desaconsejan las bebidas azucaradas, sino también abandonar dietas bajas en grasas que fueron moda. La tendencia se inició en 2003 con el Comité Asesor de las Directrices Dietéticas de EEUU que no encontró razones para limitar el colesterol y las grasas buenas.

Así comenzó el debilitamiento de teorías anti grasas que datan de 1992 cuando se publicó la pirámide nutricional y de 1977 con los primeros lineamientos alimenticios.

Estos incentivaban el alto consumo de carbohidratos -entre 6 y 11 raciones de pan, arroz, cereal y pasta al día- no así los alimentos ricos en grasas naturales, necesarias para el metabolismo y la pérdida de peso.

No es casual que a partir de entonces se fue gestando un paralelismo entre comestibles oficialmente recomendados y la industrialización de alimentos, derivando en el escandaloso nivel de obesidad actual.

La comida chatarra y los restaurantes de comida rápida coparon el mundo y tuvieron impacto en los índices de gordura. El efecto negativo fue aún mayor en países en desarrollo, en los que el insumo de carbohidratos y alimentos refinados ya venía causando estragos. 
Este año, un estudio en México estableció que el 72% de los adultos y el 36% de los adolescentes sufren obesidad y sobrepeso, situándose el país en el segundo lugar, después de EEUU.

Este problema tiene explicación. Varios estudios demostraron que una persona consume 67 kilogramos de azúcares refinados al año, el equivalente a 500 calorías extra por día si se compara con registros de hace tres décadas. En ese mismo tiempo, el consumo anual de comida chatarra por persona aumentó un 40% y la mayor incidencia recae en la mala preparación de los alimentos en el hogar.

La industria alimentaria y el gobierno no deben ser los únicos responsables de la cultura de la obesidad: comer sano es responsabilidad individual.