Creo que todos coincidimos en dos cuestiones: que tenemos un gran problema nacional y que su raíz es política. Llama la atención, pues, que compartiendo el diagnóstico y siendo conscientes de cuál es la terapéutica básica, no acertemos a darle tratamiento a la Argentina enferma.
Generalmente, el tramo más complejo de una patología se halla en diagnosticarla correctamente. Hecho un pertinente encuadre, la curación resulta relativamente más sencilla.
Sin embargo, hace décadas que sabemos y lo expresamos que nuestro problema es político y que su origen es moral. El decaimiento de los valores comenzó hace añares. Una vez que empezó esa decadencia se tornó irrefrenable y, peor, se retroalimentó de modo que su profundización creció geométricamente.
¿Qué pasa que no podemos darle solución moral y política al problema moral y político que sufrimos? Sucede que está gravísimamente enfermo el productor de anticuerpos, es decir la política. A un problema político le cabe una solución desde la política, pero hete aquí que la política es el problema. Una encerrona perfecta, peor que un intrincado laberinto. De éste es posible zafar, pero ¿cómo salir de un encierro?
A la mala política sólo la puede sustituir la buena política. Los argentinos tenemos dolorosísima experiencia del redondo fracaso de los intentos de suprimir la política como consecuencia de la tacha que merecía a la sazón su podredumbre y/o su ineficacia. Cuando el probo y buen administrador presidente Arturo Illia cayó el 28 de junio de 1966 el país entero o prácticamente saludó al dictador que lo habría de suceder. Prometía modernizar estructuras y terminar con la mala y vieja política ¿Qué es lo primero que hizo el flamante mandamás? Abolir la política, llegando hasta confiscar los bienes de los partidos disueltos. Y explícitamente lanzó la consigna de los tres tiempos: primero, el tiempo económico; luego el social y, al último, el político. Nunca se produjo un error más fenomenal. Creo que en el mundo entero no existió un yerro de esa dimensión. Si habíamos caído en la frustración producto de la "mala y vieja política”, lo prioritario era construir la buena y nueva política. De entrada, nomás.
Porque el riesgo de postergar la labor de reconstruir la política radicaba en que cuando se dispusiese acometer esa misión, las condiciones la tornarían imposible. Así fue. Antes que llegase "el tiempo político” advinieron el "Cordobazo” y los gérmenes del terrorismo subversivo. El 8 de junio de 1970, el inicialmente gran jeque cayó en la absoluta orfandad. El efecto fue devastador: la "mala y vieja política”, que diera lugar al golpe de Estado de 1966, resurgió empeorada como si nada hubiese acaecido. El malogro nos retrotrajo. Por eso, apenas un lustro después en 1976 otro golpe arribó, también es inocultable en un manto de expectativas favorables ¿Qué medidas "revolucionarias” adoptó de arranque el elenco golpista? Disolver a los partidos y "guardar las urnas”, suprimiendo la actividad política. Siete años después, en el marco de las derrotas moral (se combatió al terrorismo con métodos ilegales), sociocultural (los valores morales agudizaron su declinación), económica ( la "tablita” fue letal, junto con el exponencial aumento de la deuda externa), política (no se erigió la nueva y buena política, limitándose a congelar a la mala y vieja) y militar (en Malvinas y Atlántico Sur, porque nuestra rendición no sólo nos hizo perder temporariamente las islas irredentas, sino también los otros archipiélagos y los espacios marítimos aledaños), "los reorganizadores” se tuvieron que ir sustituidos por la "mala y vieja política” descongelada. Retrotracción, otra vuelta de tuerca decadente.
Nos acercamos a los 30 años de democracia. El balance, muy provisorio y para nada taxativo, indica que tenemos un millón de "ni-ni” jóvenes que ni estudian ni trabajan, una incipiente, pero volcánica guerra territorial en las villas que está librando a balacera suelta el narcotráfico, una violencia vandálica y delictiva creciente, una corrupción galopante, una amenazante inflación que habla a las claras sobre agudos desequilibrios macroeconómico-sociales y, por sobre todo, una ineficacia de gestión alarmante. Ésta última es notable en los transportes, especialmente el ferrourbano. Cuantiosísimos subsidios que fueron a parar a la codicia corrupta de muchos delincuentes de guante blanco, simultáneamente con los peores ferrocarriles del planeta, casi sin exagerar.
La Argentina saldrá airosa con buena política. Construirla requiere participación cívico-ciudadana valga el adrede pleonasmo y varias C: compromiso, confianza, credibilidad, convicción, cohesión y concertación. Unión, en un solo vocablo.
A la buena política no la trae la cigüeña y tampoco llueve. No viene de arriba. No es un milagro, salvo el "milagro” del trabajo que es menester para construirla. Los dirigentes que soñamos tener y disfrutar son los que engendramos nosotros, con nuestra participación y acción. Empero, si tomamos parte y actuamos partiendo de la falacia de que no queremos "hacer política”, el resultado es inexorable: la mala y vieja política seguirá en el trono.
(*) Diputado nacional por el partido UNIR, Provincia de Buenos Aires.