El verdadero amor, enraizado en la voluntad, es la capacidad de sacrificarse por el otro, buscando su bien y su felicidad.

En un artículo anterior, nos referíamos al amor sufrido, paciente, según el capítulo IV de "Amoris laetitia", del Papa Francisco. Ahora, queremos referirnos a la segunda característica del amor (1 Corintios 13: 4-7) "el amor es servicial". Comúnmente, se traduce por benigno o bondadoso, "pero, por el lugar en que está, en estricto paralelismo con el verbo precedente, es un complemento suyo". Así, Pablo quiere aclarar que la "paciencia" nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se traduce como "servicial", explica Francisco (AL,93).


Pero, si el amor es lo que se siente en el corazón, ¿por qué tiene que demostrarse en obras de servicio? Porque, "obras son amores" y el verdadero amor, enraizado en la voluntad, es la capacidad de sacrificarse por el otro, buscando su bien y su felicidad. Y, si los esposos se aman de verdad, podrán ser serviciales mutuamente, a imitación de Cristo, que no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos (Mt 20,28). 


El amor entre los cónyuges se demuestra en que ellos están dispuestos a hacer el máximo sacrificio por el otro, dando sus propias vidas por su bien. 


Los esposos que se aman viven en constante actitud de servicio mutuo; virtud fundamental en la vida conyugal: ser solícito en ayudar según las necesidades del otro, incluso antes que lo pida; esforzarse por servirse el uno al otro. Servicio con bondad: estar dispuesto a tratar bien al otro, aunque circunstancialmente no lo merezca, con cortesía, atención y deferencia; servicio que es afabilidad: poner en nuestras palabras y acciones exteriores cuanto pueda contribuir a hacer amable y placentero el trato con el otro. 


Mantener el espíritu de servicio en el matrimonio implica disponibilidad generosa y aun sacrificada, el atender y escuchar, el entrar en el ámbito de la preocupación del otro para compartir lo que le ha ocurrido o lo que piensa hacer, ponerse en la piel del otro (empatía), porque todo el día está lleno de pequeños servicios mutuos que hacen agradable el convivir. Cada uno debe preguntarse: "¿Cómo puedo agradar y servir todavía más a mi cónyuge, a fin de hacerlo un poco más feliz y demostrarle mi amor?". 


Señala Francisco: "En todo el texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido que tiene el verbo 'amar', en hebreo: es 'hacer el bien'. Como decía san Ignacio de Loyola, 'el amor se debe poner más en las obras que en las palabras'. Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir" (AL,94). Este servicio amoroso es la aplicación del segundo mandamiento: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lev 19,18; Mt 19,19), y el cónyuge es el prójimo más cercano. El servicio es, pues, la segunda característica del amor verdadero. 

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar, profesor, licenciado en Bioquímica