Es peligroso saltar sin protección a la búsqueda de tiempos mejores y hacerlo desde el trampolín del tan proclamado regreso a la institucionalidad. Al menos para un repaso de la historia reciente más mínima -desde que en el 1983 fue reflotada la institucionalidad-, de donde surge una clara incertidumbre: a qué etapa remitirse. Volver, sí, pero ¿adónde?.
Si la referencia fuera el funcionamiento del Congreso, no es precisamente la historia argentina un dechado de virtudes: desde los tiempos en que fuera extorsionada para obtener leyes del perdón en los "80, hasta la escribanía de la "reforma del Estado" y el diputrucho que votó la venta de Gas del Estado en los "90, o la Banelco de los 2000. ¿Adónde regresar?
Si la salud institucional se midiera por la cantidad de DNU emitidos, la incertidumbre se mantiene: no son estos tiempos los más prolíficos en firmas presidenciales de esta herramienta -constitucional desde 1994 pero claramente de degradación institucional-, pero sí son los tiempos en que más espanto ocasionan. O ha nacido repentina y sanamente un flamante interés ciudadano por estas institucionalidades, a las que hay que dar la bienvenida, o ha nacido un interés menos sano e institucional que lleva al ciudadano de las pestañas. Una de dos.
No hay razones para celebrar la irrupción de una inestimable militancia cívica sin encuadrar a la actualidad en el contexto. Semejante tensión convierten en huecas y sin significado a algunas acepciones nobles, de tanto sacarlas a flamear: federalismo, diálogo, cordura, institucionalidad. Pero más allá de no encontrar aquella referencia clara hacia dónde volver, tampoco hay derecho para abandonar las ilusiones de madurar de una vez. De mejorar: cambiar esa ilusión óptica de regresar a un lugar donde nunca estuvimos, a la de parecernos definitivamente a una sociedad civilizada.
En ella, es lógico, las instituciones juegan el rol protagónico, el más importante. Alcanzaría por el momento que las tres más importantes -el Gobierno, la Justicia y los parlamentos- abandonen la histeria y dediquen su tiempo a cumplir con su trabajo. Parece simple.
Hay hoy un nudo tan gordo y un interrogante tan amplio sobre las funciones de cada uno, que atormentan. Todo cruzado: el Gobierno y la oposición acuden a los Tribunales, la Justicia se relame de su flamante influencia y devuelve el desafío al terreno político. Quién es quién, crisis de identidad.
Lo que ocurre en realidad es que a las facciones políticas en pugna, a ambas si hubiera que definir un cuadro partido entre oficialismo y oposición, les cuesta asumir la dimensión del compromiso. Y el fuego de los intereses que avivan la llama no hacen más que agregar un combustible fatídico.
Todo cocinado al fuego lento de la sordera, con el reflejo de un tablero de juego que marca una derrota inapelable para los promotores de las buenas costumbres políticas: un Congreso paralizado y una justicia politizada.
Tensiones propias de no entender el juego. Qué ocurre en este momento del país en que ni quienes gobiernan ni quienes se oponen han conseguido entender cuál es el metro cuadrado que les toca ocupar, y cómo la dinámica de los tiempos cambia el rol de ganadores y perdedores continuamente.
Para el Gobierno, sigue siendo entendido como un gesto delicado el de admitir que ahora le toca jugar un rol lejano al del discurso único de los años añorados. El registro impuesto por la ciudadanía en las elecciones de junio pasado le sigue quedando lejos y el rol, reformulado para la ocasión, discurre entre pequeñas trampas para evitar que funcione el Congreso. Algo al estilo de: si no sesionan con nuestras condiciones, no sesionarán nunca. El dato lamentable: esta semana se produjeron las primeras sesiones en ambas cámaras.
Para la oposición, la dificultad de comprender que el último triunfo electoral es simplemente un dificultoso trance de negociar una mayoría. Que no es automática, si es que entre sus expresiones habitan desde Menem a Solanas, y en consecuencia no es monolítica ni debe ser leída como una unidad.
Pero, lo más importante, que en un país presidencialista como Argentina las elecciones presidenciales son el año que viene, no fueron en junio pasado cuando se votaron parlamentarios. En consecuencia, para el manejo de los actos de gobierno deberá seguir dominando su ansiedad, fogoneada de a ratos por ciertos círculos interesados en que se generalice un incendio nacional, deban huir los ocupantes de la Rosada y ser reemplazados sin demoras.
Al revés, el oficialismo deja sin quórum el tratamiento de los temas más calientes y si no fuera por una senadora que se desmarcó esta semana para ofrecer el número necesario, hubiera regido un acuerdo para hablar de los bueyes perdidos al que acostumbró durante años el Congreso: Riquelme o Palermo, gran debate nacional, por ejemplo.
Y desde la oposición surgen reacciones risueñas para desarticular la línea argumental preferida del Gobierno en los pocos momentos en los que se da un debate: no son ellos precisamente una referencia al momento de hablar de inflación, administración y deuda. Y piden, como hizo esta semana Oscar Aguad -radical por Córdoba- archivar la historia y hablar del futuro, como si fuera lo mismo que para hablar de cómo sacar a Boca de la crisis lo hicieran Bianchi o el Chueco Alves.
Del lado de la Justicia, la cosa no es demasiado diferente. Hace unos días estuvo en la provincia Eugenio Zaffaroni, uno de los 7 integrantes de la Corte, invocando la queja judicial que terminar como destino final de los acertijos políticos y promoviendo la devolución lisa y llana de esos problemas a su terreno original, es decir la política. Pero nada de eso sucedió, más bien lo contrario.
Será la Corte la que deba laudar con sus fallos sobre los asuntos más espinosos en los que se juega el poder político, como la ley de medios o el estudio de ADN a los hijos de Ernestina Herrera de Noble con el que el Gobierno apuesta a debilitar al Grupo Clarín. Y siguen lloviendo apelaciones para que la Justicia se pronuncie sobre el funcionamiento del Congreso, como la impugnación de forma en la sanción de la ley de medios y la constitución de la bicameral por los DNU y hasta podría llegar una eventual presentación contra el polémico trámite en el Senado de los cambios en el impuesto al cheque (el Gobierno dice que faltaron votos). O casos de altos efectos políticos: Macri, Jaime.
Con un agravante bien propio de la histeria nacional: el que pierde bate el parche, siembra dudas, diseña conspiraciones. Si un juez cualquiera falla a favor o en contra, el mismo juez será descalificado por los perjudicados o entronizado por los beneficiarios.
Tampoco en la diaria ayuda la Justicia a restablecer el vínculo con los ciudadanos. Hay en San Juan un ejemplo: el fallo unificatorio de la Corte que se espera para la aplicación de la probation, porque hay jueces que la conceden o otros que no. El tema cobró actualidad por las quejas de la familia Archerito, una joven que murió en la vereda. Y la Justicia sigue sin hacerse un tiempo para estas cosas.
Si se busca a cuándo remontarse para encontrar tiempos mejores a los que volver, asoman la Corte adicta o la servilleta de Corach.
Por qué no pensar entonces en mejorar, simplemente. Y de una buena vez.
