Los diálogos platónicos, considerando el orden en que fueron escritos, pueden clasificarse en 4 etapas: socrática, de transición, de madurez y de vejez. En El Banquete, obra de madurez , Platón nos sitúa en un típico banquete griego con sus dos partes, primero la comida en común, y luego la bebida en común que era la excusa para que el anfitrión ofreciera un entretenimiento de carácter estético como el canto, la danza, la música, o un diálogo de ideas, con sus discursos y reflexiones. En este caso se trataba de un banquete en que los invitados de Agatón, poeta que había triunfado en el último certamen literario, pronunciaran un elogio del Amor.

Apenas aplacado el coro de admiraciones que había suscitado el florido elogio de Agatón, Sócrates se excusa humildemente de pronunciar un discurso por no ser capaz de competir con los demás, diciendo: "Yo creía tontamente que es menester decir la verdad acerca de lo que se elogia, pero por lo visto no es así, y lo que os ha importado es acumular alabanzas hiperbólicas, atribuyendo al amor lo más grande y bello que se pueda encontrar, sin preocuparse de si es verdad”.

Con su diálogo Sócrates hace reconocer a Agatón que sus palabras eran bastante vacías ya que escondían contradicciones dentro de su belleza y persuasión. Decía Agatón que el amor era bello, bueno y que anhelaba, deseaba, tendía a lo bello, pero todo deseo representa anhelo de algo, que es algo que no se tiene, y que se apetece tener. Por tanto, si Eros aspira a lo bello no puede ser él mismo bello, sino necesitado de belleza. Y por tanto no es un dios, al no es posible un dios sin belleza.

Esta refutación la hace Sócrates con humildad, y confiesa que a él le ocurrió lo mismo, que él creía que el amor era bello y bueno, y fue Diótima, una sacerdotisa, la que respondió a sus inquietudes: Si el amor no es bello ni bueno, ¿será feo y malo? Ciertamente no, el no ser bello ni bueno no implica necesariamente el ser feo y malo, como el no ser sabio no implica necesariamente ser ignorante. Entre belleza y fealdad, bondad y maldad, como entre sabiduría e ignorancia, hay términos medios, y éste es el caso del amor. Por ello, no tiene que considerársele como un gran dios ya que no puede negar a los dioses la belleza y la bondad. No es un dios, ni un mortal, es un gran daimon, un intermediario entre dioses y mortales.

Enseguida, Diótima describe un mito sobre el Amor: Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros estaba también el dios Poros, el hijo de la Inventiva, que significa el que tiene recursos, abundancia. Vino a mendigar a la sala del festín Penia, la pobreza, la indigencia. Poros, embriagado de néctar, el licor de los inmortales, salió del jardín a disipar con el sueño los efluvios. Tendido estaba cuando lo divisó Penia, y pensó que lo mejor era aprovechar la oportunidad que se le ofrecía y procurarse un hijo de Poros: Eros. Engendrado en ese día del natalicio de Afrodita, el Amor está siempre en el cortejo de la diosa. Y por ser Afrodita supremamente bella, corresponde al Amor el ser amante de lo bello.

De su madre tiene, en primer lugar, el andar siempre en apuros, y por su apariencia no es nada delicado y bello, por el contrario anda siempre famélico, descalzo, eterno durmiente al raso sin otra cama que el suelo o los caminos. No lo encontraremos ni en los palacios, ni en los bancos, no necesita de dinero, es humilde. De su padre, en cambio, tiene el andar siempre al acecho de lo bello y de lo bueno que no posee, y ser valiente, perseverante y arrojado, apasionado de la inteligencia, fecundo en recursos, incomparable hechicero. ¿Quién no reconoce en estas cualidades la fuerza que el amor despierta en nosotros?

Por su parte, la filosofía es el camino de retorno hacia la reconquista de nuestra naturaleza: una vida armónica y el amor a la sabiduría conducen al triunfo de lo mejor que hay en nosotros. La filosofía es una locura divina, es amor a la sabiduría. El filósofo desprecia todo aquello que los demás se aplican con tanto celo, sea dinero, fama o poder.

Ahora bien, ¿existe una definición del "amor” en filosofía? El problema de las definiciones en filosofía no es que se carezca de ellas, es que nos enfrentamos a la abundancia de las mismas. Sin embargo, la definición de Amor se puede reducir a dos principales núcleos semánticos: Eros y Ágape. Esto es válido para la filosofía occidental, que se ha nutrido históricamente de dos fuentes culturales básicas: el pensamiento clásico grecolatino y la matriz judeocristiana.

Los griegos llegaron al punto en el que las principales discusiones alrededor del amor se centraron en el tema "erótico”, es decir, en los afectos del alma que partían del impulso hacia los cuerpos bellos y llegaban al ámbito de lo divino; así tenemos a Platón para quien el amor es el producto de una tensión entre la abundancia y la necesidad.

Ciertamente, entre los mismos griegos no hay consenso respecto a la naturaleza del "eros”, muestra de ello es la serie de opiniones expresadas por los diversos personajes del El Banquete. Pero en el Fedro, otro de los diálogos platónicos, defiende más bien la noción maniática del rapto erótico que implica una serie de desfiguros para el alma: desasosiego, dolor, locura.