La crisis de 2001 en la República Argentina nos recuerda el éxodo lastimero de los miles de nuestros hijos que partieron rumbo a la floreciente España en busca del trabajo que nuestro país les negaba. Noticias recientes indican que el país europeo facilitaría el camino a inmigrantes.

A pesar de la lógica del tiempo que forzó la irascible posición, la medida que está cayendo por propio peso no favorecerá a los 4,74 millones de extranjeros residentes en ese país, ya que sólo prevé legalizar a los inmigrantes padres de menores nacidos en su territorio.

Por las adversidades propias y las circunstancias ajenas fueron tiempos de vergüenza nacional cuando en plena democracia nos invadía el llanto lacerante por los hijos de la patria que partían. Al dolor se sumó la impotencia por el trato peyorativo -entre otros pormenores-, que se daba a nuestros vástagos que fueron -en muchos casos-, aprovechados en su estado de necesidad y emergencia.

La televisión actual nos muestra el trato displicente a nuestros viajeros en sus aeropuertos internacionales, sin la debida explicación de la embajada ni del gobierno español. La odiosa comparación contrasta con la generosidad argentina, ya inscripta en el preámbulo de nuestra Constitución que nos ubica en las antípodas de aquella realidad española, casi cruel, por nuestro modo de concebir la vida y las relaciones humanas, patentizándose en la imagen de nuestra ingenuidad que raya con el ridículo en un mundo cargado de frivolidades y mezquinos intereses.

Desde la gratitud que no ha tenido la absurda altanería española, resultan agraviantes estos actos incomprensibles que suelen ser moneda corriente en la península, moneda con la que no pagamos quienes estamos de este lado del ancho océano. Y porque es menester, hurgamos en la historia para refrescar memorias o bajar la absurda altanería.

El gobierno argentino tuvo un rol preponderante que debe destacarse con mayúsculas en tiempos de la España franquista sumida y humillada en la peor de las desgracias después de la Segunda Guerra Mundial, agravada en 1946 por resolución de las Naciones Unidas que impartía sanciones extremas a la vapuleada nación europea, con el apoyo mayoritario de los países miembros y otros Estados del mundo que adherían a la estrategia de Washington.

Lo que pretendían hacerle a España era su aislamiento diplomático, el bloqueo económico y la ocupación militar. La República Argentina se opuso a esa pretensión en todos los foros internacionales, cuyo elogiado protagonismo cobra hoy dimensión en su justa evaluación por su trascendencia y significación histórica y para orgullo de nuestras generaciones presentes y futuras.

El 98% del mundo daba la espalda a los españoles en ese entonces, pero recibía del pueblo argentino y de la Argentina institucional la más extraordinaria y excepcional ayuda político-económica que conozca la historia de ese país. El embajador español en Argentina, Don José María Areilza, expresaba en ese entonces: "’Gracias a la ayuda generosa argentina con dinero y alimentos ricos en proteínas, grasas e hidratos de carbono, España superó el trance. Sin esa ayuda las jóvenes generaciones de su desdichado país hubiesen sufrido daños irreversibles en su materia gris”.

La historia argentina medida en su conducta ejemplarizadora, superó sin rencores la cruda historia de los realistas invasores que fueron combatidos por San Martín, otorgando significación a la valoración sobre la Madre Patria, que sorprendió incluso a los propios españoles, sin censurarles tampoco el desastre de todo rango generado a los dueños de estas tierras americanas cuando sus reyes se montaron en el infortunio de concebir la colonización desde la absurdidad.

La historia escrita a medias y con tibieza, no ha revelado todo el riesgo asumido por la República Argentina en esa oportunidad, cuando hubiese sido menos problemático adherir a la resolución de las Naciones Unidas. Sin embargo, en un acto soberano eminente, desde el gobierno argentino se comprometió a todo su cuerpo diplomático para persuadir, disuadir, mediar y contagiar al gobierno de Washington y a sus aliados para deponer la férrea decisión en la que estaban empeñados. Argentina salvó a España de una guerra con el país más poderoso de la tierra y en esa estrategia posible bien concebida, bien conducida y mejor instrumentada desde la Casa Rosada, evitó cometer errores que la hubiesen colocado en situación de beligerancia junto a la Nación que ayudaba.

La valiosa carga para la vida transportada en barcos y aviones, saciaba el hambre de 28 millones de españoles. Por otra parte, Argentina cobijaba bajo su cielo seis millones de españoles y descendientes que gozaban de todos los derechos argentinos. En esa paradoja irrebatible, el gobierno español, floreciente y reinador, con una indiferencia que lastima, nos mira con suficiencia, olvidando su pasado sufriente y a la mano amiga, solidaria… Olvidando que sin la Argentina generosa y comprometida del "47, posiblemente no hubiese existido la España exuberante del 2002 ni la del hoy contemporáneo que intenta superar una crisis sustancialmente menor. Lo cierto es que cuando se pasa lista, el gobierno español está ausente.