Golpe al corazón del Islam. El largo funeral a Qassem Soleimani en Irak e Irán movilizó a millones de personas que clamaron venganza para su máximo líder militar hoy convertido en mártir.

Las culturas construyen y se alimentan con mitos en torno a héroes mesiánicos que son reactualizados en los momentos considerados críticos o amenazantes para quienes los crearon. Esto constituye una característica vertebradora no solo en Occidente, sino en muchas y muy diferentes culturas y épocas de la historia de la humanidad.


La muerte de Qassem Soleimani renovó este mito en el mundo chiita. Resulta que el asesinato del general iraní generó un impacto tan alto que en la mezquita de Jamkaran, ubicada en la ciudad santa de Qom, se izó en uno de sus minaretes una bandera roja como señal de que se había derramado sangre inocente y que esa afrenta exigía una reparación.


Lo mismo pasó en Teherán, lo que obligaba al gobierno iraní a no ser indiferente ante la ejecución del popular militar realizada por los Estados Unidos, y a no dejar pasar mucho tiempo entre su muerte y el cumplimiento de la venganza.


Y es acá cuando empieza el vínculo con el mito. El enarbolamiento de la bandera roja en Qom fue acompañado por rezos en los que se pedía la vuelta del "mahdi", una figura divina y custodia del islamismo chiita que debe reaparecer en los tiempos previos al Día del Juicio Final para librar al mundo del mal.


El mito se remonta a la figura del duodécimo imán, Muhammad al-Mahdi, que nació en la ciudad iraquí de Samarra en el año 869 y que tras la muerte de su padre, el undécimo imán llamado Abu Muhammad al-Hasan ibn Alí, siendo un niño de corta edad, desapareció -o fue deliberadamente ocultado- para volver como redentor en un momento de extremo peligro.


Sin embargo, a lo largo de la historia muchas figuras han asegurado ser el tan ansiado mahdi. Es el caso de Muhammad Ahmad bin Abd Allah, un líder religioso sudanés que se autoproclamó "mahdi" y llevó adelante una guerra santa contra el colonialismo británico entre 1891 y 1899. 


La campaña militar de este mahdi si bien finalmente fracasó, terminó siendo retratada por Winston Churchill en su libro "La guerra del Nilo", y tuvo hitos destacados como la muerte del administrador colonial británico de Sudán, Charles George Gordon, que fue llevada al cine por la película "Kartum", de 1966, siendo personificado por Charlton Heston.


Otro caso ocurrió en 1975 cuando Juhayman al Utaibi ocupó con un grupo armado la Mezquita de La Meca y, tomando un micrófono, proclamó a un joven llamado Mohammed ibn Abdallah al-Qahtani como mahdi. Juhayman había creado un grupo ultraconservador que se oponía al proceso de occidentalización que se vivía en Arabia Saudita por considerarlo una verdadera amenaza a las tradiciones del islam.


La intentona de instalar un mahdi fue sofocada con ayuda de agentes franceses y el gobierno saudita recuperó el control del lugar. Aunque todos los miembros sobrevivientes del grupo fueron capturados y ejecutados, el movimiento tuvo sus repercusiones ya que logró frenar las reformas en el país y convirtió a la sociedad saudita en una de las más conservadoras del mundo islámico.


El último mahdi importante autoproclamado fue un chiita iraquí llamado Dia Abdul Zahra Kadim, que armó la milicia "Soldados de Dios", y al que fuerzas angloestadounidenses y del gobierno iraquí dieron muerte en 2007, en Nayaf.


En Occidente existen distintos personajes que han encarnado mitos de carácter mesiánico similares, mitos que están en la raíz del cristianismo pero que se expandieron secularmente a partir de la creencia en la leyenda de los "Siete durmientes".


Resulta ser que, en torno al siglo III, el emperador romano Decio decidió restablecer los cultos paganos. En la ciudad de Éfeso, ubicada en Asia Menor, siete jóvenes cristianos decidieron desafiar el decreto del emperador y resolvieron huir a la montaña. Las autoridades locales, leales a Roma, encontraron a los jóvenes durmiendo ocultos en una caverna y resolvieron taponarla para dejarlos encerrados por siempre.


La leyenda cuenta que dos siglos después el propietario de esas tierras hizo abrir la cueva para usarla como refugio para sus animales, lo que despertó accidentalmente a los durmientes. Estos hombres santos acordaron enviar a uno de ellos a comprar comida y grande fue el asombro de los comerciantes de Éfeso cuando vieron que alguien buscaba pagar los alimentos con monedas de la época de Decio. 


Las autoridades locales, asombradas por lo que veían, acudieron a la caverna donde se reunieron con los siete santos que contaron su historia para morir poco después. Así nació la creencia del héroe durmiente en la montaña.


Carlomagno, el emperador de francos, y Federico I "Barbarroja", del Sacro Imperio Romano Germánico, fueron grandes ejemplos de esta creencia. Juntos constituyen los mitos más fuertes de reyes dormidos que esperan volver cuando sus pueblos más los necesiten. 


Probablemente un final inesperado o poco heroico -y el cambio hacia una época peor que generaron sus muertes- llevaron a la creación de ambos mitos y al amplio uso político y religioso que se hizo de ellos. 


Un héroe como Barbarroja, dueño de muchas hazañas bélicas, murió al parecer ahogado en el río Göksu, o quizá de una apoplejía al querer cruzarlo a una edad muy avanzada, cuando marchaba al frente de unos 100000 hombres hacia Tierra Santa durante la Tercera Cruzada.


Su muerte causó un efecto devastador entre su gente. La inmensa mayoría decidió regresar y su hijo Federico VI, que necesitaba de su padre incluso después de muerto, decidió colocarlo en un barril con vinagre pretendiéndolo conservar, para enterrarlo en Jerusalén. Creía que así lograría que muchos de sus soldados lo acompañaran por simple lealtad a su padre.


Barbarroja no podía tener un final tan ignominioso, por lo que nació la leyenda de que en realidad duerme en algún lugar de los montes Kyffhäuser o Untersberg, o quizá en el castillo de Trifels, desde el que habrá de volver en el momento de mayor peligro para la nación germana.


Dos mitos europeos posteriores nacieron como consecuencia del choque entre la cristiandad y el islam. El primero fue el de Constantino XI Paleólogo, que fuera el postrer emperador bizantino y que muriera defendiendo -en considerable inferioridad numérica y de medios- los muros de su ciudad, Constantinopla.


Su cuerpo, al parecer, pudo ser identificado después entre las ruinas por parte de los turcos, pero no obstante se generó el mito que había escapado con vida o que, habiéndole crecido alas, huyó volando desde las murallas de la ciudad cuando esta caía.


El último y más curioso mito fue el del rey Sebastián de Portugal. Este personaje, nieto del famoso emperador Carlos V, realizaba su particular cruzada al norte de África cuando, junto a la crema y nata de la nobleza lusa, murió en Marruecos en la batalla de Alcazarquivir, acontecida en 1578.


Fue un golpe tan duro el que sufrió la corona portuguesa que terminó generando su propio mesianismo popular: el "Sebastianismo". El "deseado", como era llamado Sebastián, había muerto con solo 24 años, pero como su cuerpo inicialmente no fue hallado y encima algunos soldados, buscando refugio en la fortaleza de Arcila -usada como base de operaciones por los portugueses-, exigieron entrar a la misma aduciendo que con ellos iba el mismísimo Sebastián, fue fácil que el mito se disparara.


Aunque luego el cadáver de Sebastián apareció y fue devuelto a las autoridades portuguesas para ser enterrado en el monasterio de los Jerónimos de Belém, eso no detuvo la difusión del más reciente de los mitos mesiánicos europeos. Un nuevo "rey durmiente" que despertará en el momento de mayor necesidad había nacido.


Este romántico mito se extendió en el tiempo y en el espacio, pues también caló hondo en Brasil, la colonia portuguesa en América, sobre todo en el noreste, la zona más pobre, que durante años esperó la llegada del "rey bueno".


Quizá la leyenda del Rey Arturo haya tenido alguna impronta en la aparición de estos mitos en la cultura occidental, pero seguro no en el islam, que sin embargo terminó generando una creencia similar. La Historia es ante todo una sucesión de hechos que generan su propia dinámica, con cambios generacionales que hacen que "lo que ahora es" pronto "deje de serlo", y allí radica el secreto de los muchos "mahdis" o "sebastianes" aparecidos y por venir.