Los argentinos tendemos a las divisiones, ya se sabe. Desde las más ridículas y pequeñas, como el fútbol y la música (bilardistas-menotistas, Soda-Redondos, por citar dos ejemplos de los más populares) hasta las más peligrosas, como el actual enfrentamiento entre kirchneristas y macristas. Esta lucha descarnada mezcla de corrientes intelectuales y estupidez tuvo su proceso en el tiempo: hasta no hace mucho, afincando su pensamiento en lados distintos del mostrador, peronistas y radicales se alternaron el poder varias veces y se cruzaron muchas otras. Más atrás en la historia, Juan Manuel de Rosas debió enfrentar su centralismo a la llamada Generación del '37, donde se anotaban entre otros Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría, por ejemplo. Todos pensaron distinto y se pegaron fuerte. Obviamente, es natural que existan disensos. No podríamos sobrevivir como nación sin ellos. Ni somos los únicos. EEUU todavía sufre las consecuencias de la marginación racial y, lejos de sanar, profundiza sus históricas heridas gracias a la increíble elección que hicieron los norteamericanos por Donald Trump, un populista de derecha que gobierna, justamente, profundizando las grietas. Europa se divide entre los países permeables a la ayuda internacional y los que ganan elecciones prohibiendo el ingreso de refugiados.


Es este mundo tan complejo y con pocas líneas firmes, la semana pasada hubo una reunión que pareció apuntar a trazar líneas a largo plazo ente gobiernos distintos. Fue entre el gobernador Sergio Uñac y la candidata de Alberto Fernández en Mendoza, Anabel Fernández Sagasti. Hablaron de trazar acuerdos entre las provincias cuyanas para enfrentar luego a la Nación, gane quien gane. Es muy poco frente a tanto desencuentro, pero es algo. Y revitaliza la línea de Uñac, que ya iba en ese sentido.


El mundo da señales todos los días. Las terroríficas fotos del nene Aylan Kurdi boca abajo, muerto en una playa; y la del niño sirio Omran Daqneesh, sentado, desorientado y ensangrentado en una ambulancia en Alepo, son testigos de que el mundo parece esforzarse en ser cada vez peor. Hay dicotomías por todas partes. Y mucho peor que las nuestras.


Sabiendo eso y en una acción poco inteligente, Argentina se ha esforzado en profundizar sus naturales diferencias internas, que ni por cerca son tan graves como otras. Los intereses electorales y sus consecuentes campañas nos han puesto a todos a debatir repetidamente las mismas ideas. Maristas y kirchneristas han profundizado sólo sus enfrentamientos, en lugar de esforzarse en encontrar las coincidencias. Subrayaron la dicotomía, coincidieron en la comodidad de pararse enfrente y nos obligaron a hablar solamente de disensos. Nunca hablamos de consensos. Hace muchos años que no coincidimos en nada. Macri intentó hacerlo alguna vez, pero ya cuando la soga le apretaba el cuello. No sirvió. No era legítimo. A diferencia de otros países, donde las diferencias también existen, como es natural, en esta Argentina la coyuntura política profundizó solamente lo que separa, no lo que une. En resumen, los momentos políticos y las estrategias de Mauricio Macri y Cristina Fernández nos han hecho perder un tiempo valiosísimo.

Sergio Uñac, Gobernador de San Juan


Ojo, somos todos culpables. Todos contribuimos un poco. La grieta parece "garparle" a las grandes audiencias. Tienen mayor visibilidad en las redes y en los medios de comunicación los políticos que se pelean sobre los que no lo hacen. Hasta ahora los debates no pasan por las propuestas, pasan por la retórica. Y eso tiene una explicación simple: es lo que quiere ver, escuchar o leer la mayoría de los consumidores de medios o redes sociales, quienes en el noventa por ciento de los casos son las mismas personas. Siempre fue así, incluso cuando las redes eran algo desconocido. En el siglo XIX Sarmiento logró un gran impacto al escribir desde su segundo exilio el Facundo, una obra literaria tan maravillosa como descarnada y crítica. Sus violentas acusaciones contra Juan Manuel de Rosas impactaban tanto en Argentina como en el resto de la región. Muchos recordamos eso por encima de su ejecutividad y gestión pública, que fueron infinitamente superior para la vida y la educación de todos. No quisiera menoscabar la obra literaria de la figura máxima de la provincia, todo lo contrario. Esto es una especie de autocrítica. Tomamos lo que vende y desperdiciamos lo profundo. Antes y ahora también.


En realidad el disenso es maravilloso, porque pone a prueba cada una de las teorías, exhibe los errores y los exalta. En una disputa de ideas aquello que no queremos exponer por incómodo, queda desnudo con la verborragia del otro. Ese debate es muy necesario, muy rico en términos de purificar las ideas, y mucho más cuando se habla de políticas partidarias o públicas. Lo que es complejo y muy frecuente, es que llevamos el disenso a los extremos. Un kirchnerista ya no quiere tener la razón, quiere que el macrista deje el poder; mañana si fuese posible. Y un macrista ya no quiere entablar diálogo con su rival político, quiere que se vaya del país o meterlo preso. El diálogo está roto.


Pero a pesar de reconocer el pasado argentino y su presente como muy complejos, creo que estas elecciones nacionales representan una excelente oportunidad para poner punto y aparte. Los cimbronazos económicos e institucionales han sido lo suficientemente fuertes como para aleccionarnos a todos. La Argentina quedó varias veces frente al abismo. El voto popular es un "borrón y cuenta nueva". Le entrega al ganador ese cheque en blanco para hacer y deshacer a gusto y placer. Ese poder es político, no institucional. El institucional hay que ganárselo, que es lo que perdió Macri en los últimos dos años más o menos. Es probable que esta especie de aire fresco, de renovación de esperanzas que subyace con el voto popular, termine por contribuir a la pacificación, a la comunión de ideas, a los consensos. Cualquiera que gane, deberá negociar acuerdos no sólo con quien quede en la vereda de enfrente, también lo tendrá que hacer con quienes están adentro de cada coalición. Después de diciembre, gana el que sabe construir en las diferencias, no el que desarma. Ojalá lo entiendan los actores de la grieta y no sigan en este camino, porque en el medio nos van a acarrear a todos.


Por cómo se dibujó el mapa electoral, pareciera que la República se encamina a un sistema político de dos amplias coaliciones con convivencias internas algo conflictivas, pero contenidas al fin. Repasemos: la coalición gobernante aglutina desde partidos jóvenes de apariencia moderna como el PRO del presidente, hasta la UCR por ejemplo, una de las estructuras políticas más antiguas y desgastadas del país. También combina dirigentes beligerantes y arcaicos como Elisa Carrió, con jóvenes promesas de modernidad y amplitud como Martín Redrado, entre otros. Por el lado de la actual oposición, más o menos pasa lo mismo: Alberto Fernández tendrá que sentar en la misma mesa a La Cámpora, los dinosaurios del peronismo, Juan Grabois y los referentes económicos pro-FMI que lo rodean. El desafío para Macri y Cristina es agrupar a la centroderecha y a la centroizquierda, dependiendo de quién se trate, sin el poder del Estado en la mano. Chile, por ejemplo, nos lleva décadas de ventaja. Veremos si somos capaces de simplificar en lugar de volver todo más complejo aún. La elección de este año es una oportunidad.



Cuyo en la coyuntura


En este contexto, tan complejo y cambiante, la reunión cuyana de esta semana en Mendoza podría traducirse como un intento (pequeño frente a la crisis nacional) de zanjar diferencias, de acordar políticas a largo plazo, que es una gran necesidad en estos tiempos. Convocados por Alberto Fernández, Uñac y Fernández Sagasti hablaron de pactar políticas púbicas, de unificar posturas frente a la Nación y de respeto mutuo. Claro, luego habrá que poner la lupa sobre ambos, siempre y cuando la mendocina se imponga en las urnas, para verificar con ojo de juez, si es que lo charlado por estos días se va a traducir o no en realidades. Si bien el paso del gobernador sanjuanino tuvo motivaciones electorales, escudriñando en su accionar político previo sobre las relaciones con el distrito gobernado por el radical Alfredo Cornejo, saltan a la luz diferencias evidentes con los antecesores del pocitano.


Más de uno todavía recuerda las críticas del exministro de Turismo Dante Elizondo a la Fiesta de la Vendimia. O al propio José Luis Gioja, cuando dijo que los mendocinos "no tienen bolas", en referencia a la minería metalífera. Por conveniencias individuales, las gestiones que antecedieron a Uñac profundizaron las diferencias más allá de quien gobernara Mendoza. Uñac dio un giro hacia la convivencia. Ya no resuenan en los medios los cruces de un gobierno al otro. En vitivinicultura hubo alguno, pero es natural porque los intereses de cada gobierno apuntan a lugares distintos de ese mercado. Por supuesto también tiene mucho que ver en esta convivencia la cintura política de Cornejo, uno de los más críticos del gobierno federal, a pesar de pertenecer a esa coalición gobernante.


Los sanjuaninos ya fuimos testigos de estos intentos de Uñac por unir en lugar de separar. Para este año electoral, el gobernador armó uno de los frentes políticos más amplios del país y contuvo a un viejo caudillo como Gioja, algo que muchos jóvenes mandatarios del peronismo provinciano no pudieron cerrar en sus territorios. Lo que más destacan fuera de San Juan es justamente la convivencia pacífica que existe entre todos los partidos políticos, con los empresarios y los gremios, cosa que no ocurre con mucha frecuencia en el resto de los distritos. Lo mismo el Poder Judicial y el Legislativo. No se puede invertir en una provincia cuyo Estado vive en discrepancia permanente.


Con ese viaje a Mendoza Uñac contribuyó a trabajar en conjunto con otra posible gobernadora, fiel al estilo que viene desplegando en su gobernación. Si es mejor o peor, el tiempo lo dirá. Por ahora, en este contexto, se puede decir sin lugar a dudas que es al menos difícil.