Por Héctor Velázquez A.
Ingeniero de minas.


Desde el eufemismo que es característico en la política contingente, y tratando de emular a Aristóteles, Bismarck, Churchill o Maquiavelo, muchas veces nuestros políticos no han reparado en afirmar, que la "política es el arte de lo posible".


Esta afirmación que adquiere una connotación de carácter táctico y estratégico cuando se trata de responder a determinados objetivos que desde lo "posible" son solo circunstanciales, adquiere claramente otra dimensión cuando se trata de responder al interés común, al bien general y al interés nacional.


Muchos libres pensadores sostienen, que si desde los principios y valores que deberían inspirar la acción política, estas acciones se concibieran tan solo desde la perspectiva del bien común, el valor ético "de lo posible" no solo se haría discutible, sino que se podría aventurar que de la misma forma en que la política partidista puede conducir fácilmente al cinismo, puede arrastrar a posiciones acomodadizas con el poder, y con el interés personal y corporativo.


Nuestra Argentina después de ser durante 20 años uno de los 10 países más ricos del mundo, con una riqueza superior a todos los países de la actual Unión Europea, es hoy quien registra el mayor deterioro a nivel mundial en el último siglo. En la actualidad, la inflación, el desempleo, la pobreza, la inexistencia de políticas estratégicas de largo plazo, la ausencia de polos de crecimiento y desarrollo estratégicos a nivel nacional, regional y provincial, la inexistencia de políticas activas que fomenten y fortalezcan las pequeñas y medianas empresas, y el deterioro progresivo de la educación que en términos de calidad es una de las más depreciadas de Latinoamérica, representan el triste corolario de la absoluta incapacidad de la clase política dirigente de imaginar desde sus distintas visiones una nación fecunda, prospera, productora exportadora, inclusiva, justa y solidaria.


Son muchos los lastres, que majaderamente han impedido construir esa Argentina que desde el corazón todos anhelamos y soñamos para nuestros hijos y nuestros nietos. Pero el que más ha gravitado para alcanzar el actual sitial de decadencia en el que nos encontramos, es aquel que no ha logrado persuadir a nuestros Gobernantes, que en un sistema democrático todos los representantes elegidos democráticamente sin distinción gobiernan, y todos por acción u omisión, son responsables en igual medida de los aciertos y desaciertos cometidos.


Todo esto, en razón de que quienes forman parte del oficialismo tienen la responsabilidad de impulsar y proponer políticas rectoras, y quienes conforman parte de la oposición, tienen la obligación de aportar, consensuar y controlar los actos de quienes gobiernan. Este impedimento que se ha venido consolidado progresivamente como una realidad fáctica y fatídica para el país, es quien no solo a incitado a creer que la política es el único camino que debe transitarse para obtener todo aquello que no se puede alcanzar desde un lugar donde lo que debe privilegiarse es la cultura del esfuerzo, el trabajo y la honestidad, sino la que ha conducido a potenciar como una verdad casi dogmática, la existencia y la idea de la "grieta".


La grieta, en el sentido de que nuestra realidad con mucho respeto no es la que padece hoy Venezuela, ni tampoco la de una sociedad que se encuentra cruzada por un estado absoluto de polarización política o de descomposición y fuerte convulsión social, es el argumento que artificiosamente se han preocupado de urdir quienes han gobernado y gobiernan, para evadir sus responsabilidades políticas, para ocultar su falta de aptitud e idoneidad, y para disfrazar la ausencia de valores éticos y morales para gestionar y administrar.


Esta grieta que no permite responsabilizar a nadie, y que incita a que las culpas solo se tironeen en un sentido u otro, y se endosen desde un sector político a otro, es el perfecto ardid elegido por nuestra clase política dirigente para no hacerse cargo, del mayor fracaso dirigencial y de los increíbles niveles de procacidad que ha alcanzado la corrupción, en estos últimos 30 años.


La pobreza que alcanza 34% de la población del país, la dramática realidad de los más de 13 millones de personas que debajo de la línea de pobreza conviven con la miseria e indigencia, el deterioro económico social de todos y cada uno de los indicadores que dan cuenta de una Argentina sin un Norte definido y visceralmente corrompida y decadente, no son el resultado de la aclamada "grieta", representan la más cruda realidad de la incapacidad de una clase política que no ha contado y no cuenta, con el cuño y el porte de ser estadista y gobernante.


Solo anhelo que con la misma precisión de relojero con la que han sido y son capaces de negociar el armado electoral que les reasegura seguir manteniendo y gozando el status de privilegio que poseen, puedan alcanzar los acuerdos, la unidad y compromiso social que en el contexto del bien general y el interés nacional se hace impostergable, para reconstruir un futuro que definitivamente nos dignifique como Nación y País Soberano.