"Los constituyentes, cuando declararon la independencia, hablaron de nosotros. Porque la libertad no es un acto individual, la libertad es un acto colectivo''. Fueron las palabras pronunciadas por el Presidente Fernández en el acto por un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia.


Debo confesar que más allá de la retórica, me llamó la atención el error conceptual que encerraba la frase. Es cierto que la Declaración de la Independencia fue un acto soberano que fundaba las bases de una nueva nación. También lo es que fue una construcción colectiva la que, bajo la consigna de terminar con siglos de dominio español, nos llevó a la histórica jornada de 1816. También se entiende, desde la oratoria, la necesidad de presentar al pueblo como sujeto colectivo artífice de su destino. Lo que no se entiende es el haber apuntalado una buena idea en una falacia.


La libertad, al contrario de la afirmación presidencial, es esencialmente un acto individual. Ese es el punto a aclarar. No sólo por el error filosófico en sí, sino por las consecuencias que produciría.


La esencia de la libertad

Comenzamos diciendo que la libertad es inherente al individuo. Voluntad y razón son elementos indispensables del acto humano libre. Efectivamente, la libertad es una propiedad de la voluntad dotada de la posibilidad de elegir. Es decir que "la libertad es un carácter de ciertos actos de voluntad'' (R.Vernaux-Filosofía del hombre, Herder, Barcelona 1997, pág. 174). Pero no sólo la voluntad está implicada en la libertad. También lo está la inteligencia, en la medida que la voluntad depende del conocimiento intelectual. Como potencia, la voluntad está orientada a bienes previamente captados por la razón. Es impensable el ejercicio de la libertad cuando no conocemos los objetos o alternativas en juego. ¿Sobre qué decido?


En definitiva: sin inteligencia y voluntad no hay libertad posible y ese presupuesto define que el único sujeto de la libertad es el individuo. A ello puede sumarse otro argumento: la libertad como autodeterminación. Libertad es aquí sinónimo de libre arbitrio: soy árbitro de mi decisión cuando tengo el poder de dominio de mis actos. Por ello se nos puede imputar moralmente un acto. He aquí la principal consecuencia de la libertad como acto individual: la responsabilidad moral por nuestros actos libres.


La afirmación del Presidente tampoco encuentra sustento en la definición que brinda el Diccionario de la Real Academia Española. Cito dos a título ejemplificativo: a- Libertad como facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera u otra, y de no obrar; y b- en los sistemas democráticos, libertad como derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas. En ambos casos, la libertad es un acto individual que supone autodeterminación.


Como vemos, la libertad es esencial y gramaticalmente un acto individual de la persona.


Consecuencias 

Si la libertad no es un acto individual, la imputabilidad y consecuente responsabilidad moral por las acciones se diluyen. En primer lugar, porque desaparece la noción de sujeto o agente moral. Precisamente, la imputación moral es la atribución del acto moral a su autor. Pero también arrastra la noción misma de responsabilidad: "porque los actos son imputables a una persona, ésta es responsable de sus actos'' (Domingo Basso, Los fundamentos de la Moral, Artes gráficas Candil SRL, Buenos Aires, 1990, pág. 236)


Aclaramos que la defensa de la moral individual que presentamos en esta columna, de ninguna manera desconoce los lazos comunitarios de la persona, fruto de su innegable dimensión social. No proponemos un ciudadano desarraigado de su pueblo, su historia y destino. Lo que nos preocupa de la negación de la libertad como acto individual, es su eventual reducción a una utopía frente a posicionamientos hegemónicos que ven a la libertad como una amenaza.


En definitiva, además de errónea, la frase no deja de ser peligrosa. 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo