Como dice Wikipedia la meritocracia (proveniente del latín meritum "debida recompensa", y el sufijo -cracia del griego krátos, "poder, fuerza") es una forma de gobierno dinámica basada en el mérito (los mejores). Entendiéndolo en un sentido práctico quiere decir que para ser designado en cierta labor/cargo o responsabilidad se debe considerar a quien más méritos para ello aparenta poseer.


Diversas voces apuntan a cuestionar el valor de la meritocracia. Creo que hay un grave error en ello ya que el deseo de una sociedad justa, donde la solidaridad marque un norte en la agenda común, no debe estar alejado del valor de la meritocracia. Los gobiernos más progresistas ponen en valor la meritocracia para combatir los sistemas de privilegio.


Es errado entender que el valor de los méritos en la distribución de cargos es un tema menor. En lo personal creo que la consideración de los saberes, conocimientos y méritos de una persona es un aspecto clave en la dinámica de la gestión sobre todo en lo público.


Hay otros aspectos vinculados a la meritocracia que vale la pena considerar: En primer término, hay que destacar la importancia de la meritocracia como valor clave para el reconocimiento al derecho pleno de la mujer para ocupar todo espacio de gestión. El concepto pleno de injusticia, en el que se consideraba que las mujeres no podían llevar adelante tal o cual tarea por un hecho de genero, debe desaparecer de la dinámica cotidiana, donde cada uno acceda en la dinámica política y económica principalmente por los méritos, saberes y acciones que lo precedieron como demostración de capacidad e idoneidad.


En segundo lugar, en tiempos no muy lejanos, en diversas latitudes, quien nacía hijo de un conde o de otro noble, recibía ese privilegio independientemente de lo que hiciera o dejara de hacer para merecerlo.


En tercer lugar, para no seguir dando solo ejemplos, diremos que en ámbitos y lugares diversos, muchas personas refieren a acciones pocos felices donde los cargos, designaciones o espacios de gestión en ámbitos públicos parecían aspectos ligados a caracteres hereditarios o de consanguinidad más que por idoneidad y méritos.


Quienes rechazan la meritocracia no lo hacen livianamente, sino que la rechazan indicando que en nuestra sociedad no es aplicable ya que se parte de una premisa falsa, que es considerar que todas las personas estamos muy lejos de arrancar de un mismo punto de partida y en similares condiciones. Es decir que se desestima el sistema de méritos ya que la estructura base de arranque es injusta e inequitativa del principio mismo.


Entonces no deslegitimemos algo tan valioso como reconocer a quien tenga más idoneidad para una función, en nombre de una acción tendiente a combatir la desigualdad.


La injusticia y la desigualdad se las aborda combatiendo las causas, no negando los efectos. La respuesta es poner en valor los méritos y exponer que ellos se obtienen a través de la experiencia en combinación con la formación y la educación. Democratizando el conocimiento y fortaleciendo una educación gratuita en todos los niveles se podrá gradualmente avanzar en el sentido correcto, pero no eliminemos la meritocracia en el sentido de que cada uno de nosotros a partir de nuestros esfuerzos y saberes, que vamos adquiriendo, podemos ser mejores protagonistas.


Tenemos una gran desigualdad en la sociedad, esto no se debe negar, pero no por ello debemos rechazar la meritocracia.


Por Leonardo Siere
Abogado. CPN y docente