" Necesitamos pisar el suelo del 2021 con la esperanza que un día no lejano la guerra sea definitivamente abolida".


En el pasado año hemos aprendido dolorosamente que nadie se salva solo, que es imposible estar bien si excluimos al otro. Y es significativo, en este sentido, que el papa Francisco en el mensaje anual para la Jornada Mundial de la paz, haya querido unir el "cuidado" y la "paz". 


Romper el frasco diminuto del individualismo, salvarse juntos, vale tanto para la pandemia como para la guerra: cuando hay lucha y conflicto armado en un lugar, es como si todos los hombres de la tierra lo padecieran. Hoy no hay lugar para la indiferencia. Como decía Ortega y Gasset, "lo que pasa, nos pasa". 


Hay una íntima solidaridad entre los seres humanos, sea en el sufrir como en la esperanza. Si algunos sufren por la guerra, ello quiere decir que tarde o temprano todos sufrirán. 


La consecuencia es que hemos de ser conscientes en comprometernos de algún modo en hacerla desaparecer. En la política internacional observamos con frecuencia que hay complicidad que vincula a quienes hacen la guerra y quienes no hacen nada para frenarla. 


En el 2020, se puede contabilizar unos 70 estados sobre un total de 193, en los que se desata alguna forma de violencia estable, como formas de represión interna armada, abusos de poder o represión violenta constante. 


Frente a estos escándalos, motivo de la muerte de muchos inocentes, muchos dirigentes políticos han bajado los brazos: poca mediación, pocas iniciativas de pacificación, desinterés por los conflictos congelados desde hace tiempo ("guerras olvidadas" en África), con el riesgo que se reenciendan porque no están resueltos. 


En el 2020 se ha celebrado el 75¦ aniversario de las Naciones Unidas, nacida en el 1945 después de la segunda guerra mundial, con el objetivo de no caer nunca más en las tragedias de la guerra. Por esto, y también a causa de la pandemia, el secretario general de la ONU había pedido en marzo pasado una tregua humanitaria, mediante un cese del fuego incondicionado: "Nuestro mundo está frente a un enemigo común: el Covid-19. El virus no mira nacionalidades, etnias, facciones o creencias. Él ataca sin parar a todos indistintamente", había escrito. Era un mensaje dirigido a todos los Estados. Pero el llamado no tuvo eco. 


No obstante hay que recordar algunos pasos dados como en los Acuerdos por el Sud Sudan, madurados en Roma, y sobre todo los Acuerdos entre algunos Países árabes e Israel, signo que la paz es siempre posible. 


Francisco no es ajeno a estos eventos y habla mucho de la razonabilidad de la paz en su última encíclica Fratelli tutti. 


Basta pensar en los presupuestos para la carrera armamentista, industria que continúa sin parar su producción.


Las generaciones pasadas lograron abolir el duelo armado, y más todavía la lacra de la esclavitud. Un orgullo de nuestra generación podría ser el paso decisivo y memorable capaz de abolir el fenómeno siempre injusto de la guerra. Es un sueño posible. Dios lo quiere. Comenzando desde el corazón de cada uno. 

Por el Pbro. Dr. José Juan García
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo