¿Dónde estaba Dios aquella mañana? Fue la pregunta que me hizo un alumno de Abogacía hace varios años. Su voz que sonó más a lamento que a enojo, llenó de emoción aquella aula de la facultad poblada de estudiantes. Y aunque la docencia enseña sobre el señorío del tiempo y la importancia de esperar al otro, confieso que aquel silencio me pareció eterno. Cuando pudo serenarse, el joven puso en palabras su historia. Aún recordaba la última vez que vio a su madre por la ventana de su casa, horas antes del accidente. Era un niño entonces. 


Una pregunta que interpela


Hemos de convenir que esa pregunta que suena a reclamo, nos cuestiona desde siempre. De alguna manera, es la interpelación de la mujer de Jobante las pruebas a las que fuera sometido su esposo: "¿Todavía crees en Dios?" (Job 2,9). En el fondo, ese reclamo evidencia la primera reacción que nos provoca el mal. Aunque también es cierto que hay personas como Job del Antiguo Testamento, que descubren el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento.


Tal vez para algunos el mal sea la roca del ateísmo donde se estrella la posibilidad de un Dios. Posición que debemos respetar porque el otro es mi hermano y porque la fe ante todo es una adhesión libre.


Sin embargo, hay algo en esa afirmación que me interesa aclarar. Sí Dios no existiera la pregunta del sentido del mal, no tendría sentido. Es la existencia de Dios lo que hace del mal un enigma lacerante. Sí Dios no existe, y el mundo proviene del azar y de la nada, ¿por qué reclamaríamos por el desorden existente? El sentido del mundo se afirma en Dios. Es la existencia de un Dios creador la que nos asegura el valor de la creación. La misma indignación moral que nos produce el mal y las injusticias vuelven creíble la hipótesis Dios. ¿Cuál sería el fundamento de una moral sin Dios? ¿Las convenciones humanas pueden cimentar por sí mismas la eticidad de nuestras conductas? Sin Dios, la moral se reduce a la búsqueda de equilibrios que garanticen la supervivencia del más apto. Pero ese concepto nos impediría vivir la moral como camino de liberación y plenitud en la adhesión libre al bien.


Buscando respuestas


No ha de creerse sin embargo que aquella pregunta de mi alumno sonó a blasfemia. Al contrario, es un interrogante que devela a la persona desde siempre y cruza toda la Biblia, desde Job a San Pablo. En definitiva, el hombre es un ser que se interroga desde su finitud y con los pies muy pegados en la acera. En algún momento habrá de mirar hacia arriba buscando respuestas. Como bien dice Pedro Laín Entralgo: "El hombre espera por naturaleza algo que trasciende su naturaleza" (Antropología de la esperanza, Madrid 1978, p.172)


Siempre he recordado aquella tarde como uno de los momentos más sentidos de mi vocación docente. También pienso que la misión del docente no es apabullar con respuestas, sino motivar preguntas y cuestionamientos entre sus estudiantes.


Luego de unos años me encontré con aquel joven convertido ya en abogado. Hablamos sobre el episodio que recordábamos con nitidez. Con el tono de una confesión espontánea reconoció que aquello que le aquejaba en aquel entonces, era el dolor por la pérdida de su madre, tanto quizás como el silencio de un Dios que calla. Ambos coincidimos en que su reclamo era profundamente teocéntrico (Dios en el centro), sólo que él, en aquella época, aún no lo descubría. Pero el tiempo, artesano espiritual por excelencia, moldeó aquel cantero y pudo encontrar las respuestas. Y así, desde la experiencia del mal como fue la muerte de su madre, logró cruzar el umbral de la esperanza y creer desde la cruz. Más que nunca cobran sentido las palabras grabadas en un sótano de Colonia (Alemania), por un grupo de judíos que huían de los nazis. Aunque presentían su trágico final, desde la profundidad de su fe escribieron: "Creo en el sol cuando no brilla. Creo en el amor aun cuando no lo sienta. Creo en Dios aun cuando está en silencio".

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo