La gran efervescencia social y de opinión causada por casos como el asesinato de Micaela García y otros tan aberrantes como la espantosa muerte del joven hincha del club de fútbol Belgrano de Córdoba arrojado desde lo alto de la tribuna al vacío, es natural que induzcan a la creencia de que estamos en una especie de era de salvajismo o de extrema violencia en nuestro país.

Esta sensación es alimentada también por algunos noticieros de gran audiencia en la TV que ponen el acento en la cobertura de estos hechos atribuyéndoles un carácter general que, manteniendo el criterio que siempre hemos seguido, ahora veremos si se verifica o no. La observación de las estadísticas tiene una ventaja y un peligro. La ventaja es que nos permite tener panorama, es decir, ver el bosque y no solamente el árbol.

De cada 100 homicidios, 84 corresponden a hombres y solo 16 a mujeres, según últimas cifras.

El peligro es la posible deshumanización o el olvido de que, detrás de esos números, hay gente de a una que es feliz o sufre, que ríe o llora, que delinque o es víctima de un delito. Vamos a analizar nuestros índices de criminalidad comparándolos con los de países vecinos y de otros continentes para ver objetivamente qué aparece y en qué situación nos encontramos en el mundo. Una primera sorpresa que nos dan las cifras es que, a diferencia de expresiones públicas en las que pareciera que la mayoría de las víctimas serían mujeres, en realidad ocurre todo lo contrario.

Hemos escuchado con insistencia en el último año algo que es cierto, cada 30 horas muere una mujer víctima de homicidio intencional, que es la categoría que cuenta internacionalmente (se excluyen conflictos armados, guerras accidentes,etc). Pues si esto es verdad, también lo es que por cada mujer mueren casi 10 hombres según los datos del último registro oficial que data de 2015. Con más precisión, de cada 100 homicidios 84 corresponden a hombres y 16 a mujeres.

Dentro de ese porcentaje de mujeres están las que mueren a manos de cónyuges o parejas y que han dado lugar a la consigna "ni una menos" y, dentro del grupo de los hombres también hay individuos que fueron asesinados por mujeres como es el caso de Rosalía Casanelli, sanjuanina de 36 años que enterró 12 veces el puñal a su circunstancial pareja sexual para robarle y que purga condena perpetua con el beneficio de prisión domiciliaria con vigilancia de pulsera electrónica.

Es bueno combatir culturalmente la violencia de género pero sería erróneo concluir que en Argentina ocurre una suerte de matanza de mujeres ajena a la estadística general de criminalidad que abarca a hombres, mujeres y niños sin discriminar género ni edad. En el "Diario de la guerra del cerdo" el genial Adolfo Bioy Casares imaginó una sociedad en la que los jóvenes perseguían y mataban a los ancianos en lo que típicamente sería un genocidio generacional.

Mediante diversas intervenciones en medios y redes sociales se está trasmitiendo, como si fuera verdad, la idea de que hay un fenómeno parecido que atacaría a las mujeres no como un ser humano más sino por la condición de ser mujeres. Las estadísticas crudas a veces son antipáticas como lo son también las matemáticas y la lógica, ciencias que no dejan espacio para la opinión o la ideología.

Según el último dato disponible, que es el de 2015, ocurrieron en nuestro país un total de 3269 asesinatos, de entre los cuales 16,4% correspondió a miembros del sexo femenino y el 83,6% del total, a hombres. La Argentina ocupa en puesto 131 (entre 196 considerados) del ranking de criminalidad que relaciona los homicidios intencionales con la población, a razón de la cantidad registrada cada 100 mil habitantes. El índice nos da 7,6, exactamente en línea con el promedio mundial según la Oficina de Naciones Unidas contra el Delito y la Droga.

Hacia arriba destacan, el conjunto de América del Sur con 25,9, las Américas en general con 16,2 y países hermanos donde la violencia es grave como El Salvador, Venezuela, Colombia que superan largamente la barrera de los 50 puntos. Hacia abajo, en el paraíso de la paz están Japón con 0,6, China 1 (aunque tal vez las estadísticas allí no sean tan confiables) Noruega 0,6 y, muy cerca de nosotros, Chile con apenas 1,7.

El promedio de Argentina se mantiene prácticamente desde hace dos décadas, o con oscilaciones de no más de dos puntos lo cual indica que ni la violencia ha aumentado ni disminuido en tan largo período ni sería lícito atribuirlo a problemas coyunturales, a gobiernos de distinto signo etc, sino a una estructura social o cultural que permanece estable. Otra realidad incontrastable es que no parece haber relación entre riqueza-pobreza y violencia como lo sugieren algunos análisis apresurados o contaminados por creencias.

Vemos que Estados Unidos registra un índice cercano a 5 (4,7) tres veces más que Argelia, Egipto, Somalia o Túnez y todos sabemos que no son comparables ni sus economías ni sus sistemas de distribución de riqueza. Hay paraísos de paz increíbles como Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco y Suiza que directamente tuvieron 0 en ese año, es decir, nadie mató a nadie aunque estos países son muy pequeños y gozan de abundantes recursos financieros.

Allí sí podríamos decir que la plata hace la paz aunque no sabemos si la felicidad. Si tenemos que hacer una síntesis algo grosera, el lugar más violento del mundo es un anillo que rodea al Caribe, buena parte de Centroamérica incluyendo México y Venezuela con picos impresionantes como El Salvador. Brasil levanta el promedio de Sudamérica y Chile lo baja. Los países nórdicos, Noruega, Suecia, Islandia son también paraísos de tranquilidad, el conjunto de Europa está como Estados Unidos rondando los 5 puntos y nuestro querido país, con 7,6 no está bien pero comparte el promedio mundial y muy lejos de las zonas más violentas.

Resumiendo, Argentina está muy lejos de ser uno de los sitios más violentos, mide apenas por encima de USA y Europa, comparte la media mundial, es igual que Uruguay y es cuatro veces peor que Chile.