El filósofo español Ortega y Gasset que conocía a los argentinos advirtió que "el alma criolla está llena de promesas heridas, sufre de un divino descontento, siente dolor en miembros que le faltan y que, sin embargo, no ha tenido nunca". En ello, sostuvo que el ser argentino es un hombre a la defensiva.

En tanto que no está concentrado en el problema, sino en la defensiva. Por lo tanto, su figura queda dividida en dos: una figura auténtica y otra social.

No obstante, hablar de una grieta heredada en diversos medios de la argentina actual, o de la profundización de una división, puede ser algo acertado como desacertado, pero no es el núcleo en cuestión. Lo esencial consiste en saber que la herida y el sufrimiento son del conjunto de la sociedad.

Nadie escapa al sufrimiento, aunque lo es más, para los más indefensos, para los que menos tienen, que constituyen casi el 30% de la sociedad según el observatorio de la Universidad Católica Argentina. Y con una clase media que está en peligro de extinción.

Creo que la política (sea del partido que fuere) debería dejar al menos por un instante la figura imagen, para construir una más auténtica. Y, esta "figura auténtica", surgirá en la búsqueda de una política en común que nos unifique. Urge un esquema que sepa canalizar el interés de la sociedad. El del llamado a un consenso nacional para ver el país que queremos.

En el ambiente técnico político, en ocasiones, se enseñó que el líder debe saber traficar esperanzas. Como así también saber obedecer. Y, en la medida, que más fiel fuera al partido político, más líder saldría. Es que el líder del partido político que sea, debe saber liderar, no solo seguir a los medios, cibernautas, o a los grupos de opinión dominantes, sino gobernar con programas políticos serios, que lleguen tanto al que está de acuerdo, como al que no está de acuerdo, con un gobierno de turno.

Precisamente, la discrepancia (sea de opositores, sindicatos, etc.) es lo que alimenta más a la democracia, si se la sabe canalizar. Lo peor que nos puede pasar en estos tiempos es el usar más esa discrepancia para terminar de quebrar a un sector de la sociedad que no me agrada o no persigue los fines que pretendo lograr. Al respecto, una política para poder aplicarse, necesita del apoyo de la sociedad, que ya no alcanza solamente con el voto. Es óptimo no dedicarse solamente a agradar, pero tampoco a tomar decisiones que les obligue a los ciudadanos a hacer cosas exigidas.

En la argentina se tiene que entender, que más allá de los datos estadísticos, el pueblo ha madurado la herida. Es que la argentina de estos tiempos, ya no se conforma con ser dirigida solamente, propio de los pueblos sin democracia, ignorantes, que no saben cuestionar. Esta sociedad más formada cuestiona todo y reclama por más calidad de vida.

Si un líder da órdenes, pero primero da el ejemplo, seguro va a ser seguido sin discrepancia y lealtad.
Ha llegado el tiempo de que las empresas, organizaciones profesionales, particulares, sindicatos y el Estado se hagan promotores de una figura auténtica de comunión que sane las heridas de las dos argentinas actuales: la argentina de los ricos y la argentina de los pobres.

(*) Periodista, filósofo y escritor.