Hace cuatro años, esperábamos ansiosos que se abriera la ventana superior de la Basílica de San Pedro, tras la ‘fumata‘ blanca, que era el signo de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice. Apareció un hombre vestido de blanco que había elegido como nombre, Francisco. Todo un signo. La de un hombre de Dios que no desea mostrar los signos del poder, sino evangelizar con el poder de los signos. Plenamente convencido como el Pobre de Asís, que la Iglesia necesita una reforma que se traduzca, no en un barniz dorado, sino en una firme conversión personal y pastoral. El aforismo católico: ‘ecclesia semper reformanda‘ (la Iglesia está siempre en estado de reforma), no debe quedar en los manuales de teología. Necesita actualizarse hoy. 

En una entrevista concedida el 19 de agosto de 2013 al director de la revista ‘La Civiltà Cattolica‘, el Papa precisaba: ‘Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, siendo misericordiosa, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es evangelio puro‘. Pero aclarando que ‘las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después.

La primera reforma debe ser la de las actitudes‘. De este modo, reclama una Iglesia que salga de su centro: ‘Busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor‘. La reforma es consecuencia de una concepción eclesial, que en el caso de Francisco es la del Vaticano II: Pueblo de Dios, pobre para los pobres;‘hospital de campaña‘ que cure heridas, y no una Iglesia que sea una ONG piadosa u organización humanitaria nacida de un acuerdo entre partes, o una aduana controladora de la fe, ni una baby-sitter o niñera que se encarga de adormecer y no de despertar. No faltan quienes de modo excéptico, marcados quizás por prejuicios y resistencias abiertas, ocultas o maliciosas, se preguntan si es que el Papa podrá lograr esto. Lo cierto, y aunque esto no tenga prensa, es que ya hizo 18 reformas claves que deberán continuar, tal cual las señaló en el discurso dirigido a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2016. 


Considero que, entre muchos otros, son cuatro los aspectos que llevan sello propio en el servicio petrino de Francisco a la Iglesia universal: la misericordia, una Iglesia en salida, la cultura del encuentro, el cuidado de la creación. Respecto al primer punto, nunca olvidaré que cuando me nombró Juez del Tribunal Interdiocesano Bonaerense, en la puerta del ascensor me dijo: ‘Te pido que nunca te olvides de la misericordia en los casos en que te corresponda juzgar‘. Me acordé en ese momento de otro jesuita, confesor y profesor de la Universidad Gregoriana, en proceso de canonización, el Padre Felice M. Capello (1879-1962), quien a uno de sus alumnos que había terminado sus estudios le ofrecía este consejo: ‘En sus puntos de vista y decisiones no use nunca la severidad, porque el Señor no la quiere. Ofrezca siempre una solución que permita a las almas, respirar‘. Esta pasión y obsesión de Jorge Bergoglio por la misericordia no fue nunca una retórica sino una virtud encarnada en su corazón de pastor, a ejemplo de Jesús.

En el evangelio de Juan, el Maestro distingue entre el pastor que da la vida por su redil y el mercenario que sólo piensa en sí mismo, que roba, mata y destruye (cf. Jn 10,11-16). He tenido ocasiones de comprobar su estilo de buen pastor para quien, nosotros no éramos sacerdotes lanzados al mundo del abandono. Sus llamados telefónicos para saber como estábamos, o para conocer si necesitábamos ayuda espiritual, económica o de cualquier otra índole;su preocupación por ‘custodiarnos‘ a ejemplo del gran san José, muestran el corazón empapado de caridad, de un humilde que revela la grandeza en su pequeñez. El Jubileo extraordinario de la Misericordia y la Carta Apostólica ‘Misericordia et misera‘, son una muestra de su sueño por una Iglesia que abandone la condena y pase a ser experta en salvar. Es que la fe no es una cuestión de ‘cabeza‘ ni de ‘leyes‘, sino de corazón y caridad. 


La Iglesia en salida se expresa de modo grafico en su deseo de una ‘Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades‘ (Exhort. Apost. ‘Evangeliigaudium‘, 49). La cultura del encuentro tiene que ver con que Bergoglio siempre rechazo? las diale?cticas que enfrentan, y su ideal es el poliedro, que tiene muchas facetas, pero todas formando una unidad cargada de matices. El poliedro es una sociedad donde las diferencias puedan convivir complementa?ndose, enriquecie?ndose e ilumina?ndose unas a otras. De todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Pero ¿que? se agrega cuando utilizamos la expresio?n ‘cultura del encuentro‘? ¿No es lo mismo decir ‘paz social‘? No, porque la palabra ‘cultura‘ significa algo que ha penetrado en las entran?as del pueblo. Si hablamos de una ‘cultura‘ en el pueblo, entonces eso es ma?s que una idea o algo que se hace por conveniencia. Cuando algo se vuelve cultura significa que se ha convertido en una ‘pasio?n‘ compartida, en unas ganas, en un entusiasmo y finalmente en un estilo de vida. Significa que como pueblo nos apasiona el objetivo de encontrarnos, de buscar puntos de contacto, de tender puentes, de proyectar algo que nos incluya a todos.

El pueblo es el sujeto de esta cultura, no una elite que busca una pacificacio?n aparente con recursos profesionales y media?ticos. Aqui? esta? la gran diferencia entre populista y popular. Algunos llegan a decir que esta insistencia de Francisco en incluir a los pobres y de?biles es propia de un populista, y que por eso mismo justifica la vagancia y la comodidad. Co?mo se nota que no lo conocen y no lo leen. Nada ma?s lejos de su pensamiento. Para este Papa es indigno que alguien no desarrolle sus capacidades, que viva ‘de arriba‘ cuando tiene posibilidades de desarrollar los dones que ha recibido. Observemos lo que e?l mismo dice, al subrayar que le interesa ‘una creacio?n de fuentes de trabajo que supere el mero asistencialismo‘ (Id.,204). Sostiene que ‘los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, deberi?an pensarse so?lo como respuestas pasajeras‘ (Id., 202).

En otro texto dice que e?l no esta? hablando de repartir comida o dinero, sino ‘especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida‘ (Id., 192). Creo que los catolicos debemos recordar y actualizar siempre la expresión de san Ambrosio: ‘Ubi Petrus, ibi Ecclesia‘ (Donde está Pedro, allí está la Iglesia). Somos llamados a dejar de idealizar nuestras, a veces mezquinas visiones sobre el Papa, y aprender con espiritu eclesial,a adherir a su Magisterio y a su persona. No tengo dudas que este es el Pontifice que la Iglesia necesita hoy y que el mundo observa con admiración.
 

Jorge Bergoglio asumía hace cuatro años como nuevo papa con el nombre de Francisco.