Al entrar en la gloria de su propia gloria, Gabriel García Márquez deja este mundo que lo apabulló desde infante, y del que se compenetró en tal grado, que pudo llegar a producir, en sus formidables obras, la verosimilitud de lo inverosímil.
Con tremenda ubicuidad de espíritu, el laureado escritor colombiano lleva su inventiva literaria por sobre los bordes de lo natural, dándole alcance visceral al adentrarse en lo más hondo de la condición humana; desmenuza los seres fibra por fibra, y los hace creadores -en su juego de vida- de una perfecta dualidad que se presenta como inherente y hasta necesaria en su sustantividad.
EI paisaje descriptivo, narrativo y secuencial de García Márquez, se enriquece con una "solemne" apertura a la ficción, que se mimetiza con la realidad equiparable, exaltando y multiplicando el alcance dable de los protagonistas. En un admirable universo concebido, va desde lo gris hasta lo radiante, con marcadas singularidades que reperfilan a cada ser, y hacen del conjunto una poderosa fuerza sustentadora y esencialmente humana.
El escritor maneja el realismo y el surrealismo de manera tan absoluta, que aúna, ata o desata, linda o deslinda personajes, escenas y ambientes, los adopta sueltamente, y se sumerge en ese intrincado ámbito del "ser" personal, donde con complacencia busca la íntima complejidad extraña, para cerrar el círculo existencial.
García Márquez alcanza "límites sin límites", personaliza o despersonaliza su temática, la lleva a un clímax inusual y la transmuta a las criaturas de su imaginación. Es un sutilísimo roce entre lo engañoso del existir humano, y la delgadísima membrana que lo separa de una realidad sublimada al grado de pasión.
La narrativa de García Márquez verifica su credo singular, entra en los confines de la intemporalidad, y deja en nuestro ánimo una marcada impresión de que "eso" que nos seduce se cuela por nuestros intersticios anímicos, habita el silencio de nuestra interioridad suspensa, y por ósmosis se nos hace propio.
No podríamos hablar de Gabriel García Márquez -Nobel de literatura 1932- sin enfocar "Cien años de soledad", esa su magnífica novela que prendió el mundo de Macondo en nuestra cautivada mente imbuida de aquel lugar, nos arrolló con la imponderable trama de su argumentación, envolviéndonos con las extrañas secuencias de su relato.
‘Cien años de soledad’ es una obra prototipo de mayúsculo ingenio intelectual, sabiduría y correlatividad existencial, donde la íntegra vida de un pueblo no es suficiente para amainar el carácter de los entes que deambulan en él. Imágenes humanas copiadas de sus distintas apetencias, ambientes calcados de la fisonomía que el tiempo marca en un lugar, actores sucumbidos en los designios de su predestinación, nos absorben con fuerza de vórtice, "voltean" nuestra personalidad, y, en un arrastre irresistible, nos entrelazan con sus vidas.
"Cien años de soledad" es una concepción fantástica de una realidad engañosa e inexorable, marca las fisonomías de sus personajes, los plasma rotundamente, y nos deja la sensación que esos seres sólo hallaron conformidad, al acatar lo irremediable que les impuso el destino.
(*) Escritor.
