"Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Nos acercamos a la celebración del gran misterio del Amor venido a nuestras vidas: Jesús de Nazareth, el rostro humano de Dios.


Navidad es la Fiesta del Encuentro: celebramos el matrimonio único entre cielo y tierra, alianza inédita e irrepetible de lo divino y la carne humana. Para redimirnos, Dios no lo hizo por "decreto", desde su Mano invisible. Mandó a su propio Hijo para que en Él, todos pudiéramos encontrar salvación para siempre.


Si Dios habitó en un cuerpo, entonces el cuerpo quedó santificado. Si Dios eterno habitó el tiempo, éste ya no sería mera cronología, cansancio del suceder rutinario. Navidad es momento de Dios, imagen móvil de la eternidad que nos busca.

En Navidad, Dios nos dice que la humildad es la virtud de Dios, y por ende, ha de ser la virtud del cristiano. La soberbia, por el contrario, desgasta, entumece, enceguece, y se cierra al don del otro.

En aquella Nochebuena resaltan figuras que, como espejos, nos devuelvan la sonrisa y la esperanza. José, a quien el papa Francisco acaba de exaltar como custodio del Redentor "Con corazón de padre". Desafió todos los miedos y exorcizó las sombras. María, fiel y obediente, servidora del misterio, dispuesta a dar a luz al Mesías. El buey y el asno, la sencillez de un establo, la claridad de la estrella, son como la compañía del cosmos, del mundo redimido. Las cosas, desde la encarnación del Verbo, no pueden ser las mismas: llevan el sello de lo consagrado. Desde que Dios entró en la historia, nada hay totalmente pagano, sino ínsitamente cristiano. Los ángeles, como un cortejo, acompañan el momento y entonarán "Gloria a Dios en las alturas...".


En Navidad, Dios nos dice que la humildad es la virtud de Dios, y por ende, ha de ser la virtud del cristiano. La soberbia, por el contrario, desgasta, entumece, repliega, enceguece, y se cierra al don del otro. El soberbio cree que siempre tiene razón, pero curiosamente la razón se encuentra en el diálogo amable y sincero.


Navidad es también una mesa compartida, reunión familiar, reencuentro de amigos. Sepamos disfrutar esos momentos, despojando diferencias y olvidando rencores. Celebrar Navidad es festejar en clave de reconciliación y amistad.


Navidad es renovar nuestra identidad cristiana, ser más de Jesús y María, dejar que Dios nos envuelva en la santidad de su nombre. Es también repensar nuestro compromiso por el bien común y la pasión por la verdad. Nuestra Patria necesita "menos" habitantes (que sólo buscan privilegios) y "más ciudadanos" (que se conmueven por el otro que sufre), ciudadanos que se emocionan ante la noticia de una nueva vida que viene en el seno materno, ciudadanos que si ocupan un cargo público, lo hagan con responsabilidad, cuidando el dinero de todos, que son dineros "sudados" por el pueblo.


Navidad es Fiesta de familia. Juan Pablo II nos decía que el futuro de la humanidad se fragua en el seno de la familia. El futuro es hoy; sepamos fraguar en el hogar las mejores disposiciones de cada persona, porque todos tenemos algo para dar al otro. Nadie está de más.


En la reciente carta encíclica "Fratelli tutti", el papa Francisco nos habla de las sombras de un mundo cerrado. En Navidad, todos podemos encender la luz, para soñar despiertos y gestar un mundo abierto, fraterno, justo, reconciliado, lleno de Luz. Depende de vos y de mí. De todos. Como gestaron un mundo nuevo Jesús, María y José. 

Por el Pbro. Dr. José Juan García 
 Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo
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