Antes que nada, tres cosas de las elecciones en Chile que son muy normales pero que relucen en estos pagos por su ausencia:

– Primero, el debate presidencial. Sí, hubo debate entre los candidatos al balotaje que se definió el domingo pasado en favor del derechista Sebastián Piñera. Cruce de ideas, confrontación, si se quiere puesta en escena y hasta manipulación de imágenes y palabras, pero que permiten conocer más en profundidad a los aspirantes. Esa posibilidad de verlos frente a frente tan auténtica de las democracias y que a los argentinos se nos niega desde siempre.

Fueron los dos -Piñera y Frei- con el mismo atuendo: traje oscuro, camisa blanca y corbata rojo furioso. Pero lo más asombroso fue lo que se dijeron: el más alto voltaje posible dentro de los límites de la corrección y el respeto, bien concientes de que el que se descontrola pierde. Puro paisaje de la razonabilidad, donde los casos en que el que se descontrola suele ganar son la excepción. Como el nuestro.

– Segundo, la capacidad de proteger con un paraguas las cuestiones que no se discuten. También un gesto sellado por la lógica más elemental: lo que conviene, para qué discutirlo si conviene. Al revés de esa triste costumbre de su vecino transcordillerano encaprichado por empezar todo de nuevo cada vez que el poder cambia de manos.

Lo dejó claro Ricardo Cifuentes -el intendente de la IV Región saliente, que es como el gobernador de las provincias argentinas pero con la diferencia de que no lo elige la gente sino lo pone el presidente- en la entrevista que dio a DIARIO DE CUYO dos días antes del balotaje: "El túnel por Agua Negra se hace, gane quien gane".

Nada de esas cosas al estilo nosotros o el apocalipsis que recitan los sucesivos mesías criollos. Luego, sí, la naturaleza política. Miembro de la Concertación al fin, dijo que Frei -su candidato- la hará más rápido que su opositor Piñera. Sólo una cuestión de velocidad.

– Tercero, las fotos de los momentos después al resultado oficial que demoró nada en ser difundido. A las tres horas de cerrado el comicio, ya estaba Frei admitiendo la derrota y visitando al ganador en su bunker. Y la Presidenta manteniendo una conversación televisada y aceptando una invitación al desayuno del día después.

Allí, igual que aquí, el Presidente podría gobernar sin mayoría en el Parlamento, pero eso no significa la muerte de nadie. Al contrario, demanda compostura para no quemar los puentes.

Luego de un sobrevuelo sobre esos deslumbrantes contornos de la normalidad, la cuestión de fondo es la siguiente: ¿Cómo afectará el resultado electoral chileno a la relación con el país y, especialmente, con la provincia?

A nivel nacional, la mejor respuesta son los hechos: mientras Cristina demoró un suspiro cuando era primera dama para unirse al triunfo de Bachelet, esta vez encontró a Piñera ocupado y debió insistir al día siguiente. Por el contrario, descorcharon champagne en el campamento de Macri por la consagración de un dirigente a primera vista muy similar a él: empresario-político reciente que reniega de la política convencional-visión política de derecha-efecto fútbol de por medio (Piñera en Colo-Colo y Macri en Boca).

Hilando fino, habrá de encontrarse que hasta allí nomás llegan las proximidades. Los separa el origen de las fortunas (la del chileno, gestionada, la de Macri heredada), el tipo de negocios y la relación con los pasados tormentosos (Piñera votó para que Pinochet se vaya y Macri aún lidia con ciertos resabios retrógrados de aquellos años).

En el plano local, no podrá ser evitada la sensación de baldazo de agua fría. Por conveniencia más que por convicción. No es que la dirigencia comparta una visión de centroizquierda a la chilena, sino que fueron tan armoniosas las relaciones cultivadas desde San Juan con los dirigentes de la Concertación, que cambiar el caballo en el medio del río les deja la sensación de volver a empezar.

No disimularon entonces su favoritismo por Frei, aún con expectativas de que pudiera revertir el domingo la bofetada en primera vuelta. Cosa que, bien se sabe, no ocurrió.

Y aquellas palabras de Cifuentes pronunciadas un par de días antes de la definición tardaron casi nada en convertirse en una profecía. Especialmente la parte en la que dijo que Agua Negra sale o sale, pero que con Frei será más rápido.

Apenas alumbrado, el gobierno de Piñera dejó claro su voluntad de pasar revisión punto por punto a aquella conveniencia cartesiana que orienta las decisiones políticas trasandinas, y en esa ensalada pareció caer también el bendito túnel sanjuanino y todos los pasos fronterizos promovidos por Cristina-Bachelet.

Evelyn Matthei es una dirigente prominente de la derecha en la IV Región chilena y fue ella la encargada de bajar un cambio a la locomotora del túnel. Le dijo a este diario que a ellos no les consta que se trate de una obra rentable, es decir que no se dieron por aludidos con aquel estudio de factibilidad económica pagado por el gobierno chileno.

Afortunadamente, Matthei no es de las dirigentes que más suenan para ser designadas por Piñera como intendente de la región. Entre los más citados por la prensa de La Serena se encuentran varios que participan en las reuniones del comité de frontera con los sanjuaninos, y por lo tanto aquí cruzan los dedos para que sea uno de ellos el elegido. Así, el bonus track en tiempo al que aludía Cifuentes con Piñera será más corto.

Hay que recordar también que en la campaña previa al balotaje hubo una muestra del ritmo que cada candidato le imprime a la integración en las visitas que hicieron a la región. Este enero, Frei y Piñera fueron a Coquimbo-La Serena y ambos hablaron del túnel. Mientras el primero habló de pisar el acelerador, el presidente electo le puso unos cubitos de hielo. El resultado electoral en la región fue de manera contundente favorable a Frei, quien derrotó a Piñera por 55% a 45%, lo que habla de la visión de los ciudadanos de la región por relacionarse con San Juan vía túnel. Pero a nivel nacional fue al revés.

Hay tamices entre los vencedores de esta elección en Chile. Están los de derecha moderada de Renovación Nacional, de donde proviene Piñera, de una matriz democrática y evidente vocación de unidad. Y están los de la tradicional UDI, el partido del pinochetismo integrado por varios ex funcionarios del dictador fallecido (al que pertenece Matthei).

La pulseada de estos días es entre estas dos facciones por ocupar la mayor cantidad de cargos nacionales, y el que administra las cartas por ahora es el ala moderada que ha provisto nada menos que al candidato presidencial. La mala noticia es que en ese reparto ha quedado latente la posibilidad de que la embajada en Argentina le corresponda a un militar que fue edecán de Pinochet y hasta lo visitó en su prisión hospitalaria londinense.

De concretarse, será una barra de hielo gigantesca. No tanto para la provincia, más pragmática en adecuarse a lo que venga, sino para el proverbial gesto inflexible en el registro de admisión de los Kirchner cuando quieren. Maira Aguirre, el embajador saliente, fue un verdadero factor de avance en todos los planos, y una nueva relación tirante a nivel embajadores podría embarrar la cancha.

Los próximos días señalarán si se despejan los nubarrones o si habrá nuevo clima. Por ahora, a ambos lados de la cordillera hablan de "relación cordial". Claro que la cordialidad no es lo mismo que el entusiasmo.