El espionaje masivo e indiscriminado por parte de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) que denunció Edward Snowden, destruyó su autoridad y liderazgo internacional, que venía construyendo tras una presidencia para el olvido de George Bush.
Sus logros sobre el retiro de tropas de Irak, la detección de armas químicas de Siria y un Irán más pacífico dispuesto a negociar su plan nuclear, quedaron insignificantes ante la evidencia de un plan de espionaje que no discriminó entre connacionales y extranjeros, entre líderes amigos y enemigos, desde la brasileña Dilma Rousseff a la alemana Angela Merkel o del ruso Vladimir Putin al norcoreano a Kim Jong-un.
El espionaje delatado aumentó la desconfianza entre los estadounidenses que ven a un gobierno poco cuidadoso, tartamudo a la hora de justificar sus planes de seguridad nacional y obstinadamente paranoico, invadiendo la privacidad de sus ciudadanos con tal de detectar acciones terroristas en cualquier lado.
A nivel nacional, las críticas le llueven a Obama porque su programa de salud y la reforma migratoria no terminan de cuajar y la recuperación económica sigue tímida. Sin embargo, para su sorpresa, la peor de todas las críticas le llega de la prensa, un sector que siempre se mostró aliado, condescendiente tanto con sus aciertos como con sus yerros.
Esta vez, medios y periodistas protestaron por la poca transparencia del gobierno, más interesado en hacer propaganda y relaciones públicas que en brindar acceso a información de interés público, algo sin antecedentes. Le reclamaron su tendencia al secreto, a clasificar información y, en especial, por bloquear el acceso de los medios a la Casa Blanca, teniendo que contentarse con fotografías y boletines oficiales que siempre muestran a Obama en sus mejores poses y con las palabras adecuadas.
En su última conferencia de prensa de 2013, Obama dijo a regañadientes que revisará las prácticas de espionaje. Testarudo, advirtió que no las cambiará demasiado, argumentando que están sustentadas por ley y que son necesarias para garantizar la seguridad de los estadounidenses. Una actitud muy emparentada a la defensa de la tortura a terroristas que hacía Bush en aras de la seguridad nacional, y a la que Obama criticaba porque "\’nunca el fin debe justificar los medios\’\’.
Lo que Obama no consideró en su actual justificación, es que un juez federal falló hace un par de semanas sobre las prácticas de espionaje a través de Internet y por teléfono, sentenciando que son inconstitucionales, porque se trata de una invasión de la privacidad, indiscriminada y arbitraria; y porque, además, las leyes sobre espionaje son extemporáneas e injustificables.
EEUU no es el único país que espía. Pero lo esencial es saber si todos los gobiernos aceptarán limitar la extensión del espionaje, respetar el derecho a la privacidad y si evitarán quebrantar la legislación internacional sobre derechos humanos, como pidió esta semana una resolución de la ONU firmada por 193 países.
El 28 de enero, Obama hablará ante el Congreso. Tendrá la posibilidad de anunciar límites al espionaje y acciones para hacer más transparente a su gobierno. Será la única manera con la que podrá detener su autodestrucción y retomar autoridad.