El "Adiós al último rastro de antigüedad de la Esquina Colorada", haciendo foco en la casona de Don Felipe Beirán, lo último que quedaba en pie, fue un sentido homenaje de DIARIO DE CUYO a nuestro lugar de nacimiento, ahora sometido al avance implacable del progreso. Hace rato que los supervivientes de aquellos años dorados de nuestra esquina estamos haciendo un duelo que va
para largo. Como un extenso lagrimón que resbala lentamente por un rostro manso y resignado.

¡Cuántas historias! Cuánto de pasado rico en anécdotas, protagonizado por un vecindario unido
por secretos hilos, que lo hace reconocerse e interpretarse en cada encuentro. Seres, cosas y acontecimientos que se amalgaman en torno a un sentimiento común.

Como es la letra de este tanguito, "Once corazones", que suele pedirme la muchachada, que bajo el
manto de Del Bono, se siente una e indisoluble.

"Lentamente van llegando las horas. Las horas crueles, las del adiós. Poco a poco han ido cayendo, paredes que fueran, revoque y color. Ya no está el ‘Flaco’ peluquero, el buzón de la esquina, ni
el botiquín. Dijo adiós el ‘Tano’ zapatero, el kiosco esquinero y el cafetín".

"La muchachada aquella, hoy canosa y desmembrada, mira con pena, azorada, cómo cambian tu
perfil. Si se juntan todavía, es para añorar las juntadas. Esas largas trasnochadas, a la luz de algún
candil".

"Oeste antiguo, pago futbolero, siempre primeros para sufrir. Viejas lides de mi fiel ‘bodeguero’, jugándose entero, en el fortín. Aquí cayeron los grandes de entonces, y en el tablero brillaba
aquel ‘team’. Dieron lustre a la pelota de cuero, once corazones que fueron, la razón de mi vivir".

"Ávila, Vidable y Chirino; Molina, Flores y Astorga; Carmona, Rosas, Villalba, Peña y el ‘zurdo’
Muñoz. Y perdonen mi emoción, al ocupar esta parada, es la Esquina Colorada, que estalla en mi corazón".

Nuestros hijos saben de estas historias. La tradición oral hará lo suyo, para que en el futuro se sepa que por allí hubo un viejo canal, unos carnavales a puro baldazo, pomo y papel picado. Un café con mesas de billar y nocturnos "sabiolos y suicidas". Viejos boliches de los turcos Beiran, Abdala y Basil, que "hoy no te fían mañana sí". Y el del inefable "Mataviejo", refugio de la muchachada orillera de entonces. Que en la zapatería del "tano" Ianelli, supo curtir su devoción por los asuntos de Dios el padre Mariano. Que de don Rubén salieron las mejores empanadas que hubiésemos probado jamás. Que de la farmacia de don Napoleón salían los remedios precisos para las patologías cotidianas del vecindario. Que el club Del Bono nos reunió a todos bajo la pasión por el fútbol brillante de los Villalba, Peña y Muñoz. Que de la pizzería del gordo "Pindapoy", salió el Escovi (Esquina Colorada Viernes), club de amigos inseparables.

Y que la "Chiquita" Pereyra, el "negro" Aranda y su estación de servicio, don Pérez y su corralón.

Que el cine Rivadavia, que la Escuela Nacional 21. Que, finalmente, y perdonen las omisiones,
tanta cosa guardada como un tesoro, que se me quiebra el alma.

Pero no voy a llorar, porque aunque esas viejas paredes, ya derrumbadas, sean un cementerio de escombros, la sangre viva de nuestra descendencia hará de sus memorias como una obra de arte,
para que nunca muera la belleza de ese paraje maravilloso, que alguna vez fuese el lugar por donde transitó nuestra lozanía y juventud.