La pedagoga Catalina Hornos, presidente de la fundación Haciendo Camino.

La pobreza en nuestro país, avergüenza. De todas las razones por la que se observa un rechazo generalizado a quienes les toca gobernar, esta es sin duda la de mayor peso específico. Según los últimos datos del Indec, el 63% de los niños y adolescentes viven en la pobreza. Lejos de ser un número, el porcentaje representa la realidad diaria de más de 8 millones de infantes que se enfrentan a un escenario cotidiano desolador. Es que la pobreza infantil implica mucho más que vivir en un hogar de ingresos bajos. Crecer en la pobreza significa no tener agua potable, estar privado de atención médica y estar expuesto a enfermedades, no contar con acceso a internet o no acceder al derecho a la educación. De hecho, cada vez más personas acuden a comedores, creados por distintas organizaciones sociales. Van niños y adolescentes, padres desempleados y jubilados, que no pueden permitirse un plato de comida caliente. Sin embargo, amén de esta pobreza, más aguda y casi terminal hay otra. Es decir, más allá del conurbano, y de las villas miserias. En el monte santiagueño y chaqueño, por ejemplo, existe un tipo de pobreza que nuestro entendimiento no puede alcanzar en su exacta dimensión.

ARGENTINA, EN UNA REALIDAD QUE DUELE

Entrevista como la que vamos a reproducir, en parte, que hizo el periodista Carlos Pagni a la pedagoga Catalina Hornos, presidente de la fundación Haciendo Camino, nos puede hacer tomar conciencia de la dura realidad que se vive allí, donde todo escasea y los horizontes no existen. Tomar la labor de otro periodista, en este caso vale. 

Cuenta Hornos que "con 21 años viajé a Añatuya, Santiago del Estero, para elegir a los destacados de una escuela del monte, y otorgarles una beca. La maestra nos dijo que necesitaban psicopedagogos, pero que vengan a ayudar a los que "no" se destacan. Lo sentí como un llamado. En marzo siguiente, pude venir y quedarme. No es lo mismo convivir con esa realidad todos los días. Una de las tareas principales era visitar a los chicos que faltaban mucho a la escuela y ver qué les pasaba. Me encontré con chicos que no tenían zapatillas para ir a la escuela, que de paso quedaba retirada y por caminos intransitables. Me encontré con chiquitas de once años que dejaron la escuela porque se embarazaron. Una madre no podía llevar a su hija a la escuela porque tenía una bebé desnutrida, que debía cuidar. Me empezó a contar que le daban leche maternizada y cuando le pido una muestra, me di cuenta que era agua, prácticamente. A las dos semanas esa chiquita murió, y eso fue muy fuerte. No había agua, baños, sentía que no merecía las oportunidades que había tenido en mi vida y me fui comprometiendo. Vine a conectarme con amigos para ver si querían ayudar. Formaron una especie de padrinos y poco a poco fuimos creciendo. Estamos en Santiago del Estero, Chaco y Salta. Hoy tenemos 12 centros y unas 15 comunidades.

LLORAR DE HAMBRE

El éxito para mí es generar un vínculo entre la madre y el chico, y que ella se dé cuenta que puede cambiar el presente y el futuro de ese hijo. Hacemos que la madre se sienta querida, porque generalmente vienen de un pasado de violencia y mal trato. Después hay otros éxitos, como resultados nutricionales en los chicos, a partir del entrenamiento a las madres. La pobreza trae problemas de depresión, porque no se tiene proyección de futuro. Están parados en el hoy, no tienen ilusiones y es parte de nuestra tarea construir eso. Las madres terminan deseando que el hijo sea "algo" en la vida. 

Nos contaban que los más chiquitos se van a dormir llorando de hambre, que los más grandes no lloran porque ya saben que no hay para comer. "Cuando ellos duermen, me pongo a llorar yo", dicen.

VIVIR EN LA MISERIA

Los que tuvimos oportunidades, es un regalo que debe servir para cambiar la vida a otro. Las mamás que van, tienen entre los 13 y 16 años, edad a la que comienzan a tener hijos. Con su pareja, arman un ranchito se van a vivir juntos y no terminan la primaria. Algunas son analfabetas, no tienen acceso a la salud pública y a veces a la educación. Ir a vivir al conurbano es un salto de calidad enorme. Superan el aislamiento. En medio del monte, por caminos de tierra, deben andar horas para llegar a un centro de salud. El agua la van a buscar a algún canal o algún río. No tienen contacto con lo que les falta y cuáles son sus derechos para reclamar. 

POLÍTICOS COMO RESPONSABLES

Tenemos que exigir por sus derechos. Y eso es hacer política. Yo sé poco de política, pero comprobé que no hay resultados, no hubo continuidad. Cambia el gobierno y empiezan con políticas nuevas. Pero no es solo culpa de los políticos, sino de toda la sociedad que puede cambiar algo y debe intentarlo. Hay que escuchar al otro y convivir fundamentalmente. A una mamá le llevamos la buena noticia de un análisis negativo de chagas, pero ella quería que diera positivo, "porque con chagas me dan una pensión que sirve para comer, y el chagas es a largo plazo". El pobre no piensa a plazo, el hambre es hoy". 

 

  • Para saber más

La pedagoga Catalina Hornos, presidente de la fundación Haciendo Camino tiene a cargo un grupo de hermanos, siete, está casada y esa es su familia, aparte de la propia que ha formado. "Luego vinieron dos más y así fuimos teniendo varios chicos a nuestro cargo. Me vine a vivir a Buenos Aires, y hoy tenemos once. Desde que comenzamos, desfilaron unas 22.000 familias por la organización. Cada padrino paga unos 5.000 pesos mensuales, para el programa de estimulación temprana. Hacen falta nuevos padrinos para más chicos. Ese importe se paga durante un año". No hay nada para agregar. Está todo dicho. Quienes se interesen por colaborar, deben ingresar a la página "www.haciendocamino.org.ar".

 

Por Orlando Navarro
Periodista