Con la celebración de la pascua (paso o liberación), la cristiandad celebra la resurrección de Jesucristo al tercer día después de su crucifixión. Varios hechos se evocan en este tiempo: Jesús lava lo pies a sus discípulos, el anuncio de la traición, la institución de la Eucaristía, su crucifixión, muerte y posterior resurrección. Pero más allá de su origen religioso, Pascuas es un tiempo propicio para la reflexión personal. Es una invitación que bien puede convocarnos a todos cualesquiera fuesen nuestras convicciones religiosas. Efectivamente, ese paso (de la muerte a la vida) lo damos cada vez que reconocemos y superamos nuestras debilidades, cuando asumimos nuestros errores y pedimos perdón, toda vez que nos damos al otro con verdadero espíritu de servicio.

  • El gesto de Jesús

Estos tiempos de grietas y confrontaciones donde el "otro'' a veces queda tan lejos, es ocasión más que favorable para recordar aquel gesto de Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos. Un signo marcado por la humildad y el servicio al otro. Sin esa virtud de la humildad, difícilmente podamos dar ese paso que nos acerque al otro en su vulnerabilidad. Bien pueden ilustrar estos conceptos el origen etimológico de la palabra humildad: proviene del latín "humillitas'' que deriva de la raíz "humus'' que significa "tierra''. El humilde es capaz de reconocer igual dignidad en todas las personas, en tanto todos provenimos de "la tierra'' y eso lo hace modesto.


Ya los griegos, siglos antes de Cristo, enseñaban que la humildad nos permite tener conciencia de las limitaciones de nuestro ser. La famosa frase de Sócrates (470 a.C): "Conócete a ti mismo'' escrita en el templo de Delfos, bien puede interpretarse como "recuerda que eres mortal y no un dios". El mismo Santo Tomás en consonancia con estas ideas, define a la Humildad como "la virtud que refrena los deseos de la propia grandeza y nos hace conocer nuestra pequeñez ante Dios'' (Sum. Teológ. II-II. q. 161). Por eso se entiende que la humildad es una virtud derivada de la templanza que nos permite moderar el apetito desordenado a la propia excelencia.


Tal vez así entendamos que la persona humilde es capaz de dejar de lado el yo para preocuparse por los demás. Ese desapego del propio yo producto de haber entendido y asumido nuestra pequeñez, es el primer paso para el servicio y la entrega al otro.

  • La gran diferencia

He aquí la gran diferencia entre la soberbia y la humildad. El soberbio hace las cosas en provecho propio y generalmente, para los aplausos. Mientras que la persona humilde hace las cosas por amor al otro y generalmente, en el anonimato. No ha de creerse sin embargo que la persona humilde niega sus cualidades, sino que se siente movido a ponerlas en acto al servicio de los demás. Reconociendo su pequeñez, sabe que sus dones exceden largamente sus méritos, por eso se siente como en deuda e impulsado a dar y servir. Sí volvemos la mirada al conmovedor relato del lavatorio de los pies de Jesús a los discípulos, podremos comprender aquel gesto de humildad traducido en el servicio fraterno. Así podemos entenderse el sentido de las palabras de Jesús: "Yo estoy entre vosotros como el que sirve" (Lucas 22,27). 

  • Servicio al prójimo

Quienes somos cristianos sabemos que, como discípulos de Jesús, debemos servir a los demás y que el servicio está en el centro del testimonio cristiano. Para quienes no comparten nuestra fe, el servicio también puede ser entendido como expresión de la dimensión social de la persona y de la consecuente solidaridad humana. Solidaridad que nos lleva a ayudar al otro para hacerlo más sólido. En ambos casos, con la mirada de la fe o con una perspectiva que prescinde de lo religioso, el servicio siempre es un llamado que interpela a los corazones humildes. No hay aquí diferencias que valgan. Todos estamos llamados a servir al otro como expresión de la sociabilidad humana que nos vuelve a todos hermanos. Esta es una de las mejores enseñanzas que nos deja La Pascua.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo