Abril no es un mes cualquiera, tiene su historia en años electorales. Otro mes que tiene historia es el de junio. Entre ambos hay un lapso, que es el que estamos recorriendo en estos días, en el cual habitualmente se toman decisiones drásticas en el campo económico como en el político interno de los partidos o en el diseño de estrategias externas para la competencia.

¿Por qué esta temporada de dos o tres meses? La razón es comprensible, el verano no da para cosas duras y en marzo los que administran terminan de resolver cuestiones impostergables como relación con los gremios, discusiones salariales, los maestros, etc.

Casi lo mismo pasa con los opositores. Es como si también formaran parte de los gobiernos porque, si bien no llevan la iniciativa, deben dar respuesta desde su posición a las medidas del gobierno. En esa tarea, a veces quedan espacios vacíos en los que deben colarse y, de ser posible, consolidar cimientos. Sin ir más lejos, esta semana la cuestión de los DDHH pudo haber sido un hueco de instalación para los detractores más duros de Macri. Desde un lugar u otro, recién en abril todos se pueden sentar con alguna tranquilidad a tomar decisiones sobre ámbitos distintos de la gestión.

Tiene mucha importancia el humor de la gente en los meses previos a una elección.

Hacia adentro de las agrupaciones se comienza a separar la paja del trigo, es decir, a evaluar cualidades y lealtades para armar listas convenientes y competitivas. Si se dan las dos cosas mejor pero, de no darse ambas, se preferirá la lealtad. Para el que está en el gobierno y debe salir a la cancha en pocos meses a jugar un nuevo partido, tener espías o gente no confiable capaz de deslizar datos o errores ocultos a ‘la contra‘ o a eventuales adversarios internos, puede ser mortal.

Nadie querrá arriesgarse y desplazará definitiva o transitoriamente a aquellos que se juzgue puedan caer en esa categoría. Son momentos de mucha tensión, celos, dudas y prevalece el concepto ‘el que no está conmigo está contra mí‘. En la oposición, generalmente más débil y en consecuencia menos propensa a la diáspora, el ardor de la lucha interna es algo menor pero no demasiado. Si al oficialismo de turno las cosas no le estuvieran yendo bien, se avizora un triunfo posible y la desesperación por encabezar listas suele provocar también luchas sangrientas.

Eso sí, todo debe terminar antes de agosto y, si es posible, mucho antes. En el campo de la economía se sabe que tiene mucha importancia el humor de la gente en los meses previos a una elección. Así, en varias ocasiones de nuestra historia reciente se tomaron decisiones que solamente se entienden y justifican porque los líderes comenzaron a ver cerca el rostro de la derrota. Tanto el Plan Austral de Alfonsín-Sorrouille-Caputo como la convertibilidad de Menem-Cavallo vieron luz en este período del año y teniendo en vista octubre como la meta de llegada. El primero en junio, el segundo en abril. En ambos casos fueron planes de estabilización porque la inflación había llegado a límites intolerables para ser el marco de un comicio.

Algo habría que hacer, lo que fuera, con tal de espantar ese fantasma visible en los escaparates de los negocios. En ambos casos se hicieron cosas extremas como cambiar la moneda sin autorización del Congreso. En ambos casos los resultados fueron positivos para quienes impulsaron estas medidas y para el país. La naciente estabilidad compensó el vacío psicológico de la pérdida cuantitativa de dinero en el bolsillo con la reactivación inmediata del crédito a largo plazo.

Estamos a mediados de mayo y la inflación que registró el Indec para abril fue alta pero más alta comparada con las expectativas del ministro Dujovne, 2,6%. El gradualismo con que se decidió enfrentar el problema no está dando resultados. El método ortodoxo que emplea el Banco Central de subir o bajar la tasa de interés de referencia ha demostrado eficiencia total pero en sistemas con inflación ‘normal‘ de menos del 5%. En nuestro país nunca se la logró bajar con solo este instrumento. ¿Será esta la primera vez? Otro problema serio es no poder salir de la contradicción ventas bajas-precios subiendo. ¿Dónde ocurre eso? En ninguna parte.

Se supone siempre que si las ventas bajan los precios tenderán también a bajar. Se dan fenómenos incomprensibles desde todo punto de vista. Por ejemplo, la industria láctea está en quiebra en toda su línea pero sus precios siguen aumentando. Con la consigna de no alentar la inflación se mantiene un dólar retrasado que no pisará como antes el 50% pero sí el 20%. Suficiente para que los argentinos se tienten a hacer viajes de compra a países vecinos aprovechando la fortaleza del peso. Una muestra de ese extremo es que los comerciantes piden que se anticipe una semana el Día del Padre previendo que muchos aprovecharán el fin de semana largo con el feriado del 20 de junio para destrozar el medio aguinaldo en Chile.

En estas semanas ha comenzado la habitual inundación de encuestas y entre ellas hay diferencias pero no en lo que la gente evalúa como sus problemas principales. Los económicos llevan la punta con cerca del 50% y entre ellos el desempleo y la inflación. Luego siguen la inseguridad y la corrupción, temas que siempre acompañan al primero. La corrupción sube en el ranking cuando escasea la plata porque el afectado tiende a pensar que si algo le falta es porque alguien se lo robó. Cuando todo anda bien se escuchan frases como la que describía a un viejo líder sudamericano ‘tiburón (era su apodo) se baña, pero salpica‘.

Aunque no sea verdad estadística, también hay quienes asocian la delincuencia con la pobreza. Pasó abril, está corriendo mayo, los términos de la ecuación no parecen cambiar. En el campo político, el gobierno cuenta con una jugadora fuerte que es María Eugenia Vidal. No es poco la provincia de Buenos Aires pero, ¿será suficiente o podremos esperar algún volantazo antes de junio? Veremos.