–TERCERA Y ÚLTIMA PARTE–

En la parte final de esta evocación a la historia de Albardón al haber cumplido 150 años, me referiré a los personajes de este departamento como también algunas costumbres, siempre contadas por Francisco Algañaras, un conocedor de esta tierra:

En todo pueblo hay personajes que reciben sobrenombres por su habilidad o costumbres, entre ellos Algañaras menciona algunos que son interesantes traerlos a la memoria, como don César Agüero o César Plaza, conocido como ‘César de las Beatas’. Este hombre era muy servicial, se ganaba el pan trabajando, no tenía sueldo, era el muchacho de los mandados, como se le llamaba antes a los desposeídos y destinados a lo que Dios manda.

Lindorcito: era otro personaje muy querido, un hombre de confianza. Él madrugaba y en la casa donde dormía lo primero que hacía era el fuego para calentar el agua para el mate. No era interesado, si usted le ofrecía 20 centavos, el decía ‘deme 10 nomás’. Barría los patios, regaba las plantas, en fin: se hacía acreedor de confianza de las amas de casa.

El Changaní, andaba en burro, era el yuyero y recorría todo el departamento ofreciendo yuyos medicinales. Recibía lo que uno le quería pagar.

Don Germán Figueroa era un hombre muy guapo y útil. Su oficio era hacer barro, un especialista en cortar adobes.

El Moñudo, se le conocía como el Indio Navarro, tenía los pies descarnados porque había sido cautivo de los indios, según contaba en todas las peripecias que había sufrido en las tolderías. Era zapatero.

La Gregoria, era un hombre que se ocupaba de llorar en todos los velorios, me contaba mi madre -dice don Francisco-. Aunque no era nada del finado, cuando menos se pensaba aparecía llorando dando a conocer entre sollozo todas las virtudes que tenía el muerto, y que todos los presentes terminaban llorando.

Gabrielito Montenegro, el rezador, rezaba en todos los velorios. Hacía de Sacristán en la Iglesia, era muy querido por el padre Juan Calabrese y además sabía curar de palabra las paperas.

Quedan en nuestro recuerdo Herminia Rodríguez, la mejor pianista, y María Massin, eximia paisajista.

También hubo personajes llamados ‘aparecidos’, entre ellos ‘La viuda’ de la cual hay varios relatos.

Más cosas que recordar del Albardón de antaño…

En Albardón todas las amas de casa y con ayuda de la familia tenían la oportunidad de elaborar productos caseros que han caracterizado a la cocina sanjuanina. Daré algunos que menciona en sus memorias Don Francisco Algañaras:

Los ‘quesillos del topón’, elaborados con leche de cabra, eran deliciosos para comerlos con el mate. Se tostaban en la parrilla y se les echaba azúcar, quedándose con ganas de repetirse de vuelta.

La torta de trilla: una especialidad para el paladar y muy nutritiva. Se elabora con trigo molido y se les echa arrope, canela molida, leche y azúcar.

Dulce de membrillo, los orejones cocidos con arrope, la semita con chicharrones, el pan casero, etc.

Locros de maíz y poroto; de trigo; de maíz y chuchoca, todos llevaban carne y trozos de tocino de chancho.

El chalquican preparado con charqui, el machacao, la carbonada, el puchero, humitas en chala o a la olla. Api de maíz con arrope, azúcar o miel, de trigo, muy agradable y muy sano. Dulce de alcayota, dulce de naranjas agrias y de toronjas.

Menciona además don Francisco algunos instrumentos utilizados en la cocina. El soplador: consistía en una caña agujereada de más o menos un metro de largo que se utilizaba para soplar el fuego, para que la ama de casa no tuviera que ponerse de rodillas para hacer el fuego. La Beneciana: consistía en una caña de más o menos un metro de largo con un agujero a unos 15 centímetros con una caladura que descendía desde allí hasta la base, que se lo utilizaba para sacar muestras de vino patero y así poder catarlo. Esto se hacía para que no entrara aire a la vasija o barril que contenía el vino.

Recordando algunos artesanos, dice don Francisco: ‘Mi tío el señor Alejo Vicentela era muy buen talabartero, hacía monturas para pellones, herradoras, enllantaba carretelas y sulkis, además de herrar animales’.

‘Don Esteban Andrade era un gran trenzador, hacía lazos de hasta catorce brazadas, bozales, cabestros, riendas, arrionera, maneas, guazcas trenzadas para rebenques, en fin un hombre muy útil’.

Y así un sinnúmero de personas que a lo largo de la historia de Albardón se destacaron por sus habilidades y actividades.