Estrategia es el conjunto de medidas que aseguran la consecución de uno o varios objetivos. Lo primero, pues, es fijar esas metas y luego delinear los pasos que lleven a la finalidad buscada. El desarrollo es mucho más y sustancialmente distinto del mero crecimiento. Generalmente se crece manteniendo incólumes las malformaciones originales o que preexistían. El desarrollo, en cambio, implica crecer modificando esas estructuras nocivas, dotando a la comunidad de otras que instauren, por ejemplo, los equilibrios sociales y geográficos en un país desigual en esos esenciales planos.

Necesitamos un Plan Estratégico de Desarrollo, no sólo fugaces vientos de cola. Un plan de esa envergadura puede pensarlo una cabeza encendida, pero exige un vasto consenso que permita erigirlo en una Política de Estado (con mayúsculas ex profeso).

Un país medianamente maduro traza su plan en una situación relativamente plácida porque quiere avanzar y es consciente que para ello requiere directrices. Ahora bien, si la sensación difundida en el escenario nacional es que se anda colectivamente sin rumbo preciso o, peor, a los vaivenes, la tenencia y consecuente ejecución de un plan estratégico es imperiosa, vital. La estrategia, a la par de organizar el desarrollo, sirve para suscitar mejores expectativas e incentivos en la población.

Argentina no marcha, deriva. No va, sino que también viene. Progresa y regresa. Crece, pero no se desarrolla. La misma huelga docente de 15 años atrás vuelve a ser la fotografía o película de hoy. Si las campañas electorales de antaño manejaban fondos espurios, hoy siguen con esas turbiedades. Todo es igual y por ende peor.

Además, lo grave es que ahora hay, aparentemente, más recursos y deberíamos disponer de mayor experiencia como para no ser recurrentes en los errores. Sin embargo, éstos no solo se repiten, sino que se amplifican hasta abrumarnos. Hace añares que padecemos de un déficit de viviendas accesibles y de crédito hipotecario. Es un mal estructural de inmensa repercusión. Golpea en la base misma de la familia y sus efectos se hacen sentir bajo la forma de la violencia juvenil, el alcohol, la droga y el crimen cada vez más feroz.

¿Existe el plan nacional de viviendas? Sería parte irrescindible del plan estratégico. Menos concentración en las mega ciudades, retención de la población en los pequeños y medianos pueblos interiores, educación tendiente a la excelencia desde el preescolar, agua y cloacas para todo el país, cuidado de suelos, ríos y bosques, transporte público moderno, tanto urbano como de larga y media distancia, incluyendo la programada rehabilitación ferroviaria, preservación de la identidad cultural, nuestro pasaporte genuino para andar por el mundo con dignidad, estímulos para la creación de Pymes y a las exportaciones. Son puntos, a título enumerativo y nada taxativo. Sin olvidar a los canales de navegación de los que ya hablaba Sarmiento.

Si todos sabemos que el Norte argentino se parece a la peor África, ¿qué esperamos para desarrollarlo en serio a través de un plan?

Siguen vigentes subsidios por doquier. La mayoría oscuros, tanto que son difíciles de hurgar y mucho más de entender. Entonces, ¿qué hay que aguardar para dotarle alicientes transparentes a la inversión productiva y de servicios en el Norte, incluyendo la promoción de sus exportaciones? Allá, lejos de existir retenciones, deberían tener reembolsos automáticos atractivos.

El plan estratégico, pues, hará el hincapié más saliente en el respeto sacrosanto a la ley y en el fortalecimiento de las instituciones, incluyendo a las privadas. Tendremos orden -que no tiene el más mínimo parentesco con la represión- cuando tengamos instituciones. Ni un minuto antes ni un minuto después.

El plan estratégico tendrá otro efecto tributario: nunca nadie desde el poder va a poder darse el lujo de repartir fondos a los amigos y negárselos a los adversarios. El plan asimismo contribuirá a desterrar esa funesta transformación de cualquier adversario en un enemigo a exterminar. Como todos viviremos en una nación con rumbo cierto establecido por el acuerdo, las disidencias se limitarán a los ritmos y a la mayor pericia o menor aptitud de los timoneles. El plan tiene puntos de partida como nuestra Constitución. Queremos una Argentina armónica, social y geográficamente pareja, educada y con salud, dotada de un Estado servidor, no de una burocracia esclavizante, de administradores y dirigentes transparentes, con controles que posibiliten que los muchos buenos sigan siéndolo y que los malos sean apartados y ejemplarmente juzgados.

El plan tiene -debe tener-, en suma, una sobresaliente directriz: que los 40 millones de argentinos tengamos acá nuestro hogar común y que este sitio natal nos llene e inflame sin excesos de sano y bendecible orgullo de pertenencia.