Hay poetas propios de la música popular, trovadores incorporados a veces circunstancialmente a ella y otros que nunca se relacionaron con ella. La crítica generalmente sólo considera poetas a estos últimos, los que podría denominarse “puros”, y deshecha de su consideración a aquellos que, tan vates como los primeros, están unidos a la música como un imperativo de su arte, los denominados “autores” en las piezas musicales, compañero ideal de los compositores, que aportan la melodía. 

Muchas veces una y otra función creativa se reúne en un solo artista, esto es lo ideal, y en otros casos coinciden con el intérprete, los que el léxico popular ha acuñado como “cantautores”. Nos parece apasionante explorar un poco en la belleza de los poemas de quienes muy escasas veces son reconocidos como poetas, por el solo hecho de estar vinculados o al servicio de la música popular.

Dice Manuel J. Castilla en “Zamba de la Candelaria”: “Nació esta zamba en la tarde, cerrando ya la oración, cuando la luna lloraba astillas de plata la muerte del sol”. Por su parte, Arsenio Aguirre, autor, entre tantas composiciones, de “Guitarra trasnochada”, declara en su zamba “Desde mi noche” su soledad y tristeza, postrado en una cama de un hospital: “Parece un puñal de plata el rayo de luna que acaba de entrar, que arrinconando mis sombras se ofrece en defensa de mi soledad”. Sin embargo, es muy difícil encontrar a Arsenio Aguirre en un catálogo de poetas.

Jaime Dávalos nos dice en “Las Golondrinas”, canción con Falú: “Veleros de la tormenta se van las nubes; en surcos de luz dorada se quema el sol; y como sílabas negras, las golondrinas dicen adiós…”.

Poesía en la música popular

La incorporación de la poesía a la música de raíz popular fue masiva con el resurgimiento de lo folklórico en los años sesenta. Dentro de esa oleada de talentos, Atahualpa Yupanqui, poeta y pensador, escribía, por ejemplo: “En las arenas bailan los remolinos, y el sol se viste el lujo del pedregal…”.

El cancionero cuyano tiene ejemplos notables de grandes poetas de música popular: Buenaventura Luna, Montbrun Ocampo, Remberto Narváez, Mario “Bebe” Flores, Saúl Quiroga, Armando Tejada Gómez, Ernesto Villavicencio, Jorge Sosa, Daniel Giovenco, Jorge Viñas, y tantos que tampoco son mencionados entre los poetas regionales, olvido propio de una visión sesgada del arte, de ningún modo justificable.

A su vez, excelentes poemas forman parte y prestigian la música ciudadana, a partir de Homero Manzi, Discépolo, Cobián, Cadícamo, Celedonio Flores, Cátulo Castillo, Virgilio y Homero Espósito, luego Eladia Blázquez, Horacio Ferrer y, mucho antes que ellos, los precursores poemas de Alfredo Le Pera en las melodías de Carlos Gardel. 

De la mejor poesía brotan como hervores en el tango: “Tu lágrima de ron me lleva hacia el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”; “La ñata contra el vidrio con un azul de frío…”; “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y luego andar sin pensamiento…”; “febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra”; “Fuimos una lluvia de cenizas y fatiga en las horas resignadas de tu vida…”; “…a yuyos del suburbio su voz perfuma, cuando se pone triste con el alcohol…”; “Garúa, solo y triste por la acera va mi corazón transido, con tristezas de tapera…porque aquella con su olvido hoy me ha abierto una gotera”. Y terminar con “viejo Ciego” de Manzi: “El día en que no se oiga la voz de tu instrumento, cuando dejés los huesos debajo de un portal, los bardos jubilados, sin falso sentimiento, con una ‘canzonetta’ te harán el funeral”.

 

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete