"Jesús desea que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Luego hay que corresponder y comunicarlo también a los demás, ya sea en su forma de eros apasionado, o de agapé oblativo.''

La Fiesta más grande de la cristiandad es la Pascua, en la que Jesús resucita corporalmente de entre los muertos, como primicia de que también nosotros resucitaremos corporalmente como Él en el Juicio Final, en su segunda venida gloriosa.

Ésta, la Pascua cristiana, va precedida por un tiempo de preparación, llamado Cuaresma, pues consta de cuarenta días que comienzan con el miércoles de Ceniza y terminan con el Triduo Pascual.

El Papa Benedicto XVI en uno de sus mensajes de preparación, centrando la reflexión en el texto de Jn 19,37, en el que se nos invita a "mirar al que traspasaron'', es decir, a Jesús en la Cruz, atravesado su corazón por la lanza del soldado romano. Con la mirada contemplativa de María y de Juan que estaban acompañando al Señor al pie de la Cruz.

De este Corazón traspasado brota el Amor de Dios, tratado en la Carta "Deus Caritas est'' como agapé y eros: El agapé es el amor generoso y oblativo que busca exclusivamente el bien del otro. El eros anhela lo que le falta del otro, y busca la unión con aquel que ama. Ambos forman parte del Corazón de Dios, que nos quiere con pasión, a pesar de darnos todo y no necesitar nada de nosotros (Os 3,1-3; Ez 16,1-22)

El hombre se ha cerrado muchas veces a este amor, pero Dios no se dio por vencido, y con toda su fuerza manifestó su amor redentor.

Esta fuerza irrefrenable del amor misericordioso del Padre Celestial se manifiesta en la Cruz de su Hijo Jesús, quien muere amorosamente por su criatura perdida. Muerte libre y divina en la que manifiesta también su amor de "eros'', buscándonos para unirnos a Él, aún sin necesitarlo.

Jesús traspasado en la Cruz es la revelación más impresionante del amor de Dios, en el que el eros y el agapé se iluminan y complementan mutuamente, sin contraponerse. Jesús es "mendigo'' de nuestro amor, y "tiene sed'' del amor de cada uno de nosotros.

Jesús desea que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Luego hay que corresponder y comunicarlo también a los demás, ya sea en su forma de eros apasionado que busca lo que le falta y su complementariedad, o de agapé oblativo y generosamente desinteresado.

Del costado de Jesús traspasado brotó sangre y agua (Jn 19,34). Siempre se han considerado estos dos elementos como signos del Bautismo y de la Eucaristía. Por el uno nace la Iglesia, y por el otro se alimenta. Al hablar de la Iglesia hablamos de los cristianos.

El Bautismo nos otorga el Amor pleno de Dios. Esta preparación para la Pascua nos invita a renovar nuestro Bautismo para abrirnos con confianza al abrazo misericordioso del Padre.

La Sangre de Jesús se nos da en la Eucaristía como símbolo de su amor pleno y oblativo, repleto de entrega generosa.

Esta preparación para la Pascua tiene que ser un tiempo en que aceptemos el Amor pleno de Jesús, y lo difundamos a nuestro alrededor, con o sin palabras, con nuestros gestos, incluso a través de nuestros poros.

Mirar a Jesús, "al que traspasaron'', nos llevará a abrir el corazón a los demás, principalmente a aquellos que son heridos en su dignidad humana; nos llevará a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y explotación de los demás, y a aliviar los dramas de la soledad y el abandono de muchos, asistiendo al que sufre y al necesitado.

Es la manera de participar plenamente de la alegría de la vida Pascual, llena de resurrección y de gloria.