Tanto en el oficialismo como en la oposición, parte de los políticos parece agrandar su divorcio con la sociedad. Esto perjudica ese necesario equilibrio social, basado en un Estado de bienestar que permita reformar la vida política misma.

La historia no se está contando bien a los jóvenes. Quizá por eso, falsos profetas pretenden meternos dudosos candidatos, sin que sepamos qué son capaces de hacer por San Juan y el país.

¿A cuántos de ellos se les ha regalado la candidatura a una banca? Todo, en nombre de la obsecuencia más supina para el líder partidario, que suele llamarse "lealtad" o "militancia".

Cuando el gobierno tiene mayoría en ambas cámaras, se corre el peligro, muchas veces consumado, de avasallar los poderes parlamentarios y, en lo posible, manipular medios de comunicación. No todos, por fortuna. Pero la historia reciente nos ha mostrado varias veces esta experiencia, cuando el Congreso resultó un apéndice del Poder Ejecutivo.

Por otra parte, en ocasiones, inexpertos jóvenes menores de 30 años fueron incorporados a listas con el sólo pretexto de quedar bien con "los chicos del partido", que "son muchos", sumando todo esto a la locura de bajar la edad del voto a 17 años, por otra osadía de la politiquería. De esta forma se los empuja a iniciarse, en el penoso manoseo de la baja política.

Luego está el espectáculo nauseabundo de la corrupción en ejercicio de la función pública, en cuyo escenario procesal, los denunciados terminan gozando de privilegios ante la Justicia. 

Así, vemos que si el político o la política acusada son citados a tribunales, osan no responder ante el juez. Y, como si eso fuera poco, lo atacan o denuncian después, acusándolo de persecución política. Todo con el fin de inhibirlo en la continuidad del proceso. Sólo ellos y ellas son privilegiados.

Hay que "reformatear" la política antes de que sea tarde. Pero, no es fácil encontrar modelos.

En Sudamérica podríamos mirar a Chile y poco más. En Europa unos tres buenos ejemplos (se salvan en el palo Dinamarca, Holanda o Noruega), en Estados Unidos, mucho menos en la actualidad, cuando un presidente llegó al poder con una campaña nutrida de ficción y engaños.

Para lograr un cambio en bien de la auténtica democracia, hay que dejar atrás, entre otras cosas en las elecciones generales, las sábanas de candidatos que los ciudadanos no conocemos, y que una vez elegidos, algunos, ni siquiera mantienen abierta una oficina para que el pueblo pueda transmitirles sus inquietudes.

Hemos tenido en San Juan, y quizá tenemos aún hoy, representantes nacionales en ambas cámaras, dedicados a recibir órdenes de sus jefes de partido, en perjuicio de San Juan. O acatar una orden de la presidenta anterior o del presidente actual, alguna vez contra la voluntad mayoritaria del pueblo de esta provincia. 

La erosión democrática en Argentina puede curarse. Los candidatos y futuros legisladores deben saber que al Congreso se llega para servir, no para servirse, que la lucha contra la corrupción es de vida o muerte. Nadie puede pretender que los políticos sean beatos, inmaculados o sencillamente buenos ciudadanos, aunque sería muy deseable.

(*) Periodista.