Madre Teresa de Calcuta, un ejemplo de amor al prójimo.


"Regalo de amor" (Gift of love), no es el título de una canción. Es el nombre de la primera casa de apoyo para pacientes con Sida, creado por Madre Teresa en EEUU (1985). En épocas en que los enfermos de HIV eran abandonados a su suerte, ella los cuidaba y abrazaba. Es que el amor al prójimo siempre será más fuerte que la ignorancia, el prejuicio y el miedo.


Cuentan las crónicas que, impresionada por su labor con los leprosos, una señora comentó a la religiosa: "Ni por un millón de dólares bañaría a un leproso". La respuesta de Madre Teresa fue tan breve como contundente: "Yo tampoco porque a un leproso sólo se lo puede bañar por amor".


También en la década del 80, se produjo otro hecho cruzado por el amor. El papa Juan Pablo II visitó en la prisión a Mehmet Ali Agca, un joven turco de 23 años acusado de disparar cuatro veces al Papa. Hablaron a solas un largo rato. Después de recibir un rosario de manos del Papa, Mehmet le toma la mano y la besa. Juan Pablo II lo había perdonado. Ese gesto de humildad y amor atravesó el corazón de quien intentó asesinarlo.


24 años han pasado desde la muerte de Madre Teresa de Calcuta y 16 de la partida de Juan Pablo II, pero siguen apareciendo ejemplos de lo que Francisco llama: "Los santos de la puerta de al lado" (Exhortación Gaudete et Exultate, n¦ 7). La santidad, evidentemente, excede los límites de la Iglesia Católica (n¦9), y generalmente no tienen prensa.


Hoy quiero hablar de uno de esos santos ignotos cuyos gestos de amor al prójimo marcan un rumbo. 


Su nombre es Marcelo Prado. Actualmente dirige un hogar para ancianos indigentes e indocumentados. El servicio a los más vulnerables como motor de su obra silenciosa. Personas doblemente vulnerables: la extrema pobreza y el abandono en el final de la vida. 


Ese hogar es una metáfora de la casa que creó Madre Teresa para pacientes con Sida en EEUU. Y tal vez esos ancianos hambrientos y abandonados sean los leprosos que nadie quiere ver ni tocar. Quizás por eso impactó tanto la imagen del joven con un cartel en la mano, parado frente a la Quinta de Olivos. Sólo, reclamando en paz, con una pancarta que da cuenta de algunos desatinos en el programa de vacunación. Los abuelos en cuestión quedarían sin inmunizar por no tener documento de identidad. Pide una sola cosa: un poco de caridad en el extremo de la vida.


Tres historias distintas con un común denominador que me atrevo a formular como pregunta: ¿qué vieron cuando miraron nuestros personajes? ¿Vieron sidosos, leprosos, ancianos indigentes? Me animo a pensar que miraron con otros lentes. Lo primero que vieron, seguramente, fueron "personas". Personas enfermas o personas en situación de calle. 


Esa es la principal lección que nos dejan estas historias: lo primero que debe rescatar nuestra mirada es a la persona humana que hay en el otro. No me imagino a Madre Teresa preguntando por la orientación sexual del paciente de Sida que abrazaba. No me imagino a San Juan Pablo II calificando a Mehmet Ali Agca como un salvaje asesino, antes de perdonarlo. Tampoco creo que este joven de San Vicente (provincia de Buenos Aires) haya juzgado como irresponsables a los abuelos por ser indocumentados. Los tres vieron "personas", enfermas, desvalidas y sufrientes. Por eso pudieron tener esos gestos de ternura y de servicio fraterno. 


He aquí la segunda enseñanza que nos dejan estas tres historias: el amor al prójimo. Más que oportuno recordar aquí la respuesta de Madre Teresa cuando en uno de sus viajes, una persona le preguntara: "¿Usted cuándo descansa?" Su respuesta es la clave para entender el valor de estas obras: "Descanso en el amor".

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo