En época de agresividad en las redes sociales, de construcción de posturas políticas hegemónicas y de sociedades ideológicamente divididas parece no correr el disenso educado y con fundamento. Pero hay personas que hicieron de la libertad de pensamiento y de expresión un modo de vida, y ese es el caso del pensador, filósofo y esteta británico Roger Scruton.


El personaje viene a colación porque falleció hace unos días y es este lamentable hecho el que nos lleva a repasar su vida y su obra. Es difícil encasillar a Scruton, muy conocido en toda Europa, Estados Unidos, Australia o Brasil, pero no así en la Argentina, a pesar que la ideología -grieta mediante- está enormemente presente en nuestra cotidianeidad.


Scruton era uno de los más sólidos y polémicos pensadores que defendían, al decir de Luigi Iannone -su intérprete en Italia-, la identidad y fidelidad nacional. Era un pensador rebelde, condición que no le impidió trabajar en universidades como Oxford, Cambridge, Londres, Boston o Stanford, y fundar en 1982 la revista "The Salisbury", que atacaba al monetarismo thatcherista desde el conservadurismo y el tradicionalismo.


Su obsesión por combatir todo tipo de totalitarismo lo llevó a convertirse en un activo colaborador de las disidencias intelectuales que se generaban en países comunistas de Europa del Este como Checoslovaquia, Hungría y Polonia. De hecho pasó varias veces la "Cortina de Hierro" llevando libros y organizando carreras universitarias en las "catacumbas" de ciudades como Praga y Brno, y hasta logró que los títulos así obtenidos fueran reconocidos por el Departamento de Teología de la Universidad de Cambridge.


Este solitario esfuerzo fue reconocido con posterioridad por el escritor y expresidente de la República Checa Vaclav Havel, o recientemente por el presidente de Hungría Viktor Orbán, pero cuando realizó esa aventura ni siquiera tenía el apoyo de las universidades o el gobierno británico, que sólo colaboró sacando por valija diplomática documentación administrativa o escritos de esos docentes y alumnos "ocultos".


Se enfrentó deliberadamente con las vanguardias ideológicas y culturales de izquierda y de derecha desde mediados de la década del setenta al presente, situación que hizo que escribiera más de cincuenta libros con temas tan variados como filosofía, política, estética, vinos y la caza del zorro, el deporte de los reyes que él practicara.


Si bien fue catalogado como un conservador, apelativo que aceptó gustoso -de hecho escribió libros acerca de esta "forma de vida"-, su idea de conservadurismo estaba completamente alejada de nuestra concepción actual. Mientras hoy asociamos el conservadurismo al liberalismo o a movimientos reaccionarios, Scruton era un crítico del liberalismo político y económico y sus críticas estuvieron dirigidas tanto al liberalismo económico sin contenido de Thatcher, como a la falta de filosofía política en Trump, de quien decía que no tenía un "pensamiento que tenga más de 140 caracteres".


El debate con los liberales estaba centrado en la prevalencia de la palabra libertad. Scruton entendía que para el liberalismo social lo primero era la "igualdad" y luego la "libertad", mientras que él defendía exactamente lo contrario. Este razonamiento implicaba que la libertad era la esencia de la diferencia y lo que impedía que el hombre se masificara, evitara el materialismo que caracteriza a la posmodernidad, se desideologizara y se deshumanizara.


En la actualidad existe una tendencia a creer que conservadurismo, liberalismo, tradicionalismo o identitarismo constituyen la misma cosa. Por supuesto que un gobierno, un movimiento de masas o un personaje de la política pueden concentrar una o todas estas características a la vez, pero en esencia son postulados diferentes. 


Efectivamente, el conservadurismo ideológico -entendido como una respuesta íntima a un contexto histórico- y los movimientos políticos de derecha no tienden a ser aliados ya que las luchas por el poder y las necesidades de sobrevivencia de estos últimos hacen que terminen enfrentándose "siempre" a los primeros.


El motivo radica en que los partidos de derecha, incluso aquellos más conservadores, ante la necesidad de adecuarse a los cambios que proponen los nuevos tiempos -y ampliar la base del voto- dejan de lado su esencia y renuncian a pilares tradicionales. Valen dos ejemplos para esta afirmación: recientemente el Partido Popular español señaló que quería incorporar al feminismo y a las políticas de género entre sus postulados y el propio Partido Conservador británico terminó renegando de Scruton para despegarse de las críticas de este al exceso de modernismo, la islamización del país y la defensa de la tradición de la caza del zorro.


Y es que son tan importantes las tradiciones para las culturas que la periodista canadiense Barbara Kay cita que cuando el gobierno de Tony Blair trató en el Parlamento británico la tan discutida caza del zorro, los laboristas emplearon 225 horas de debate a lo largo de seis años -entre 1997 y 2003-, mientras que para decidir la invasión a Irak sólo emplearon 18 horas.


Era muy consciente de la batalla cultural que enfrentaba, la que entendía que debía llevar adelante con permanente decencia. Este fue uno de los motivos que lo impulsó a convertirse en un paladín de la existencia de los pequeños pueblos, ya que evaluaba que en las comunidades chicas la decencia era la conducta natural y un estado obligatorio en el desarrollo de las personas.


Scruton, que no era de abolengo, defendía la educación pública -se había educado en colegios estatales de calidad- y era un sostenedor lógico de la monarquía, en la medida que la pervivencia de esta institución representaba para él la esencia de lo británico. La defensa de estos dos puntos de vista le significó recibir el título de "Sir" de la Corona británica en 2016, pero, como contrapartida, quedó encasillado aún más a ojos de sus enemigos.


Creía que en la sociedad moderna todo es impersonal -el paisaje urbano, el trabajo cotidiano, las cosas que son fabricadas masivamente en algún lugar del mundo- y que esta tendencia a la masificación era una forma de control, por lo que juzgaba que el amor y la tradición podían darle sentido a las cosas y romper con lo corriente para recuperar una sociedad libre.


Juzgaba que la sociedad británica vivía en libertad gracias a la democracia y a su sistema judicial, y que este logro debía ser agradecido y defendido por los ciudadanos. Acá radicaba, según él, el contexto estable -el entorno- en el que se desarrolla la vida del individuo junto a su familia y amigos y que le otorga tranquilidad y cierta felicidad. Esta era una de las bases de su conservadurismo y el motivo por el que apoyó el Brexit, ya que veía que una Gran Bretaña multicultural amenazaba todo lo alcanzado.


Esta mirada lo indujo también, en los últimos años, a ser un crítico de las redes sociales, incluso llegó a declarar para un medio brasileño que en sus libros "no hay mucho atractivo para las personas que pasan su vida en Twitter" ya que "siempre ha sido el caso que el nivel de discusión intelectual está restringido a unas pocas personas", una crítica similar a la de Umberto Eco.


Hoy los integrantes de las sociedades modernas pueden disentir -y mucho- con Scruton, de hecho la idea conservadora está atada a raíces decimonónicas, pero probablemente dejó una gran enseñanza, y es que la aventura de la vida es nuestra gran creación personal, por lo que debemos hacer que sea, en el marco de la corrección y la decencia, la mejor creación posible.