Una de las personalidades más destacadas del pasado siglo XX es, sin lugar a dudas, la santa filósofa alemana Edith Stein. La fecha de su nacimiento, que en 1891 coincidió con la solemne celebración judía de la Reconciliación, es el resumen profético de toda su existencia y el binomio que en ella encuentra una profunda unidad: judaísmo-cristianismo. Edith llega a la plena identificación del judaísmo, asumiendo su muerte en Auschwitz, igual que Cristo ella entrega la vida por los suyos, por su pueblo. Sí, ella es judía y mártir, y su vida es el camino hacia esa simbiosis asombrosa y siempre misteriosa. Ella es ejemplo, no sólo de tolerancia frente al diferente, sino de capacidad de respeto, de empatización y de entrega de la propia vida por amor a la humanidad entera. Es cierto que Edith se identifica con su pueblo. Pero la religión no será precisamente el ámbito de su identificación, aunque más tarde, cuando se sumerja en el cristianismo, sabrá revalorizar esa tradición.
Cuando Edith alcanza la edad crítica de la adolescencia y comienzan a surgir infinidad de preguntas, no tiene argumentos para seguir adelante con una tradición religiosa que no le proporciona respuestas.
Intelectualmente su centro de atención es el problema de la existencia de la humanidad, el sentido de la vida del hombre. Y decide retomar los estudios para poder aportar desde ahí, lo mejor de si, al mismo tiempo que será la vía para encontrar esas respuestas que tanto comienzan a inquietarle. Vive convencida de que "estaba destinada a algo más grande”. Entonces en 1911 decide ingresar en la Universidad que se convertirá en el lugar donde podrá realizar muchos de esos proyectos y deseos que alimenta en su interior.
Un denominador común caracteriza todos sus empeños sociales e intelectuales: su preocupación por el hombre. La elección de las materias de estudio (psicología, filosofía, historia, germanística) responden a sus intereses más personales: llegar a descubrir esa verdad que explique al hombre.
En un seminario de filosofía se citan textos de un nuevo filósofo llamado Edmund Husserl que trata de iniciar una nueva corriente de pensamiento filosófico. Por ello en 1912 se dedica a leer Investigaciones Lógicas de Husserl. Le agrada la originalidad de éste trabajo y se acerca a la realidad de una manera distinta a la que hasta ahora le habían transmitido desde la mentalidad racionalista y criticista en la Universidad. Por ello el siguiente semestre estudia en la Universidad de Gotinga. Allí vive Husserl y esta en plena ebullición el círculo fenomenológico.
En 1917 tiene el primer encuentro fuerte con la fe. En octubre de este año recibe una noticia: su amado profesor Reinach, convertido con su mujer al protestantismo, ha muerto en los campos de batalla de Flandes. Al ir a visitar a la viuda para darle el pésame, cree que se encontrará con una mujer deshecha por el dolor, en cambio la encuentra serena, llena de esperanza. Constató la fuerza de la Cruz de Cristo, capaz de vencer el dolor y la muerte.
Ese fue su primer encuentro con la Cruz, su primera experiencia de la fuerza divina que emana de la Cruz y se comunican a quienes la abrazan. Por vez primera le fue dado contemplar en toda su luminosidad a la Iglesia que nace de la pasión de Cristo, en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue en aquel momento en que se desplomó su incredulidad, palideció el hebraísmo y Cristo se alzó radiante delante de ella.
En el verano de 1921, visita a unos amigos, éstos se marchan de viaje, ella se queda sola en esta casa, va a la biblioteca y toma entre sus manos el primer libro que encuentra la vida de Santa Teresa de Jesús escrita por ella misma. Empieza a leer el libro y no lo deja hasta que lo acaba, cuando cierra el libro dirá "esta es la verdad”.
El día 1 de enero de 1922 (a los 31 años) recibe el bautismo, y el nombre nuevo elegido por ella: Teresa. El que había comenzado transformando su inteligencia y sus ideas ahora transforma todo su ser, renace, es una mujer nueva, una mujer de Dios, la gracia completa en ella la obra de la naturaleza.
Edith, al poco de convertirse al catolicismo, abandona su actividad científica, concibe la vida cristiana como relación personal entre Dios y el hombre. Quiere vivir sólo para Dios, otra actividad es juzgada como una distracción. Su primer director espiritual y, más tarde, Santo Tomás le hacen ver el error de tal consideración. Comprende que Dios se vale de muchos medios en su plan de salvación. Poco a poco la Iglesia como comunidad y lugar de manifestación del amor divino, entra en su horizonte.
La vida y obra de Edith Stein, la Santa del Holocausto, que muere junto a cientos de miles de hermanos judíos el 9 de agosto de 1942 en Auschwitz, nos muestran cuán importante y enriquecedor es dialogar a pesar de nuestras diferencias. Que la hermandad entre todos los hombres no es una utopía sino algo viable, su vida así lo testifica.
Sólo nos queda pedir su poderosa y santa intercesión en el Cielo a fin de que Auschwitz no se repita.