Después de recibir los sacramentos, Juan José Castelli pidió lápiz y sobre un papel escribió: "Si ves al futuro, dile que no venga". Era la noche del 11 de octubre de 1812, horas antes de morir de cáncer de lengua, que tuvieron que amputar. Así moría quien sería reconocido por sus contemporáneos como el "Orador de Mayo". No sólo fue cruel la enfermedad que terminó con su vida, también lo fue la acusación de traición que lo despojó de todo honor. La muerte, la deshonra y la soledad lo esperaban en un futuro que vislumbraba en su lecho de muerte. Tal vez, así se entienda mejor el sentido de su sombría frase.


Castelli, fue un abogado y político agudo en su discurso y apasionado en la defensa del ideario independentista. Tuvo algunos enemigos. Se dice que algunos de ellos celebraron la amputación de su lengua. Tal el grado de intolerancia y malicia. Como respondiéndoles, 60 años después, Sarmiento, patriota nacido en estas soleadas tierras, escribió en la Quebrada de Zonda aquella icónica frase camino a su exilio "Las ideas no se matan" (1872). Y vaya que pervivieron aquellas ideas del mayo de 1810.


Una sociedad que devora a sus héroes

Ante nuestra historia patria, somos una sociedad de memoria corta, juicios apresurados y con algo de antropófagos: devoramos a nuestros héroes. Hurgamos en sus vidas privadas, en sus orígenes sociales, étnicos, religiosos, en sus preferencias sexuales, en sus, presuntas, azarosas vidas de alcoba, hasta encontrar algún dato que ponga en tela de juicio su gesta o epopeya. Una especie de revisionismo ideologizado, aliado de una política ideologizada y alejado de la historia, a la que, en un punto intenta negar. Consecuencia nefasta de ese revisionismo ideologizado es, por ejemplo, la negación de Holocausto judío, del genocidio armenio o de la matanza de indefensos ciudadanos ucranianos (mujeres y niños) en la actual invasión rusa a Ucrania. 


Cuando hablo del revisionismo, me refiero al revisionismo histórico como estudio académico que revisa las fuentes de un registro o período histórico en forma objetiva y seria. El fin es loable en tanto nos permita conocer la verdad, con pruebas científicas, de sucesos que han configurado nuestra historia como nación. 


Celebrar la patria no es sólo ponerse una escarapela

Como signo, la escarapela, es valiosa representación simbólica de una identidad naciente en aquel mayo de 1810. Nos une e identifica como pueblo. Pero no alcanza. Sometidos nuestros héroes a juicio permanente, su proeza y legado se diluyen. Y un pueblo ingrato con su pasado, olvida sus raíces. Más que oportunas las palabras de François Mitterrand, ex presidente de Francia: "Desconocer nuestras raíces constituye el gesto suicida de un idiota". Tal vez, en ese desconocimiento o desvalorización de nuestras raíces esté la causa de tantos intentos frustrados en la búsqueda de un futuro mejor. Como bien dice el conocido refrán popular: "Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia".


¿Qué nos lleva a este permanente horadar la figura de nuestros héroes? No sabría decirlo con certeza. Intuyo a manera de simple conjetura que, en el fondo hay una especie de baja autoestima colectiva. Como sí no nos creyésemos dignos de esa rica historia construida con el coraje, sacrificio y entrega de tantos hombres y mujeres que nos legaron este país.

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo