El sufrimiento inocente es con toda probabilidad el argumento de mayor peso del ateísmo moderno. Fiodor Dostovieski escribe en su novela Los hermanos Karamázov, en la escena en la que el dueño de una finca ordena a sus perros que despedacen a un niño ante los ojos de la propia madre, que semejante injusticia no pude ser recompensada por un futuro paradisíaco. Y así afirma el autor que desea devolver su entrada al cielo.

Ante la pregunta por el dolor injusto, muchos pasan de largo sin interesarse demasiado si hay respuesta. Quizá hasta que la estación del dolor los convoque a pensar en serio. Otros, en cambio, se ven como empujados al abismo, al desánimo, a la falta de fe o a la misma desesperación.

Este gran misterio de la condición humana puede recibir -estamos convencidos- gran ayuda del don de la Fe. Es verdad que no todos la poseen. Pero al menos, Dios ofrece su mano de Padre y su corazón de madre, para poner un bálsamo, cicatrizar heridas y ayudar en lo posible a secar las lágrimas. Quien busca en la noche la verdad y el sentido, puede encontrarse con el regalo de la fe.

Y el proceso hasta puede ser inverso: quienes padecen un dolor extremo pueden brindar algún apoyo a creyentes. Ellos poseen "’autoridad” para hablar, pues el dolor en no pocos casos, es una escuela. Como decía Dante Alghieri en la Divina Comedia, "’el que sabe de dolor, todo lo sabe”.

El papa Francisco nos dice que no pocos hombres y mujeres de fe han recibido una luz de aquellos que sufren. Educan desde su vivencia. San Francisco de Asís aprendió del leproso, la beata Madre Teresa de Calcuta de los pobres, San Camilo de Lelis de sus enfermos, etc. "’Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar”.

¡Caminar! Sí, esta es la expresión precisa. Seguir apostando a la vida. Caminar. En la oscuridad de la prueba, en el duro invierno de la desazón y la zozobra, en la tristeza de la soledad, Dios Amor se abre cancha silenciosamente sin forzar nada, pero ofreciendo su tierna mano de Padre. No detener la marcha, sino seguir caminando aunque con "’muletas”. El célebre escritor argentino, premio Cervantes, don Ernesto Sábato, en su libro "’La Resistencia”, nos dice en unas de sus expresiones más hondas: "’El ser humano puede hacer de los obstáculos, una ocasión de crecimiento; porque a la vida, le basta el espacio de una grieta para renacer”. Como esas hierbas silvestres que nacen en los intersticios del cemento, en el extenso patio donde nadie riega ni echa agua, pero con magia, asoma el verde que expresa la vida vegetal que no renuncia a la existencia.

Seguimos entonces de la mano del Papa: "’Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz” .

Hemos citado la primer encíclica del papa Francisco, escrita como él mismo lo dijo,”a cuatro manos”, dado que el anterior pastor supremo -Benedicto XVI- había escrito ya antes de su renuncia -acaecida por decisión personal el pasado 28 de febrero- casi la mayoría del texto con motivo del Año de la Fe, que se extendió desde octubre de 2012 a lo largo de un año.

La fe no viene sola. Viene de la compañía de la esperanza. Y ésta, al decir del gran apóstol San Pablo, "’no defrauda” (Rm 5, 5). Ambas ayudan a transitar la experiencia del dolor. Muy probablemente se alíen con la caridad. Sin ellas, el dolor quizá sea más intenso aún, pues nos deja más pobres de herramientas. Dios no asfixia. Al contrario, si le dejamos espacio, nos regala aire puro y aliento para el desierto.

(*) Especialista en bioética. Párroco de Ntra. Señora de Tulum, Villa Carolina.