Fue un fenómeno espontáneo. Estudiantes y obreros franceses ganaron la calle. Eran gritos que buscaban un cambio radical. No sabían con precisión cuáles eran esos cambios, pero estaban decididos a no repetir el modelo paterno. París fue el escenario de los enfrentamientos. Y los obreros la repicaron en decenas de ciudades francesas. Han pasado cincuenta años y resuenan todavía en los corazones los slogans que animaban la causa y expresaban el sentimiento generalizado: "Cómanse a sus profesores''. "Haced el amor y no la guerra'', "Debajo de los adoquines, la playa''. "No pierdas la vida ganándola'', "La imaginación al poder'', etc.


Desde la Universidad de Nanterre comenzó el flujo estudiantil de ideas revolucionarias socializantes y de izquierda. Pero también en las medianas y simples ciudades del interior de Francia, los obreros se agruparon y consiguieron manifestarse casi todos los días. Francia conoció por vez primera una huelga general de magnitud.

El Mayo del 68 contribuyó a orientar la percepción de una revolución, puesta bajo el signo del rechazo al autoritarismo y al individualismo, en favor de la libertad sexual y el elogio del presente.

El éxito planetario de esas consignas quedó plasmado en la memoria colectiva como un rastro indeleble del espíritu de Mayo del 68. "El Córdobazo'' de 1969 en Argentina, bajo el gobierno de Onganía, fue un eco latino de aquél acontecimiento europeo. Hubo también inmediata repercusión en Italia, Alemania, República Checa y otras.


Valorar el suceso no es tarea fácil. Pero se impone a la hora de la verdad. El Mayo del 68 francés contribuyó a orientar la percepción de una revolución sin uso de armas, puesta bajo el signo del rechazo al autoritarismo y al individualismo, en favor de la libertad sexual y el elogio del presente.


Algo sin embargo quedó claro: las cosas no fueron iguales después de la revuelta. Hubo un antes y un después. Y un después favorable en ciertos segmentos de la vida como por ejemplo, el mayor reconocimiento de la dignidad de la mujer, igual en derechos al varón. Lo mismo en cuanto a las mejoras de condiciones laborales.


Las ambigüedades no estuvieron ausentes. Un laicismo sin Dios encontró aquí un estímulo mayor. La moral era cosa del pasado oscuro. "Prohibido prohibir'' era la nueva máxima. Pero como dijo el filósofo galo Gilles Lipoveztky, la gloriosa ideología deber fue sustituida por la moral del placer. Y la ética fue reemplazada por la estadística. Así las cosas, el individualismo encontró un nuevo camino de autorreferencialidad que a nada conduce.


Está en nosotros, a cincuenta años de aquél mes de mayo, seguir cultivando la "cultura del encuentro'' como dice Francisco. No más violencia. Ésta no tiene lógica. La "amistad social'' nos ha de juntar los brazos para una sociedad más fraterna y solidaria.

Por el Pbro. Dr. José Juan García 
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo