El domingo que sigue a la fiesta de la Epifanía o de los Magos, dedicado a celebrar el bautismo de Cristo, señala la culminación de todo el ciclo natalicio. Es también el domingo que da paso al tiempo durante el año, llamado tiempo ordinario. Jesús se bautizó para solidarizarse con la humanidad, no porque lo necesitara. En el Jordán, Jesús se manifiesta con una humildad extraordinaria que recuerda la pobreza y la sencillez del Niño recostado en el pesebre, y anticipa los sentimientos con los que, al final de sus días en la tierra, llegará a lavar los pies de sus discípulos y sufrirá la terrible humillación de la cruz. El Hijo de Dios, el que no tiene pecado, se mezcla con los pecadores, muestra la cercanía de Dios al camino de conversión del hombre. Jesús carga sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad, comienza su misión poniéndose en nuestro lugar, en el lugar de los pecadores, en la perspectiva de la cruz.


Esta fiesta nos permite reflexionar sobre nuestro bautismo. El Maestro, antes de ascender a los cielos envió a sus seguidores a bautizar en el nombre de la Trinidad: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (cfr. Mt 28, 19).


¿Por qué es necesario estar bautizados?
Se abre una primera puerta si leemos atentamente estas palabras del Señor. La elección de la expresión "en el nombre del Padre" en el texto griego, es muy importante: el Señor dice "eis" y no "en", es decir, no "en nombre" de la Trinidad, como hacemos nosotros cuando decimos que un embajador habla "en nombre" del gobierno. No. Dice: "eis to onoma", es decir, una inmersión en el nombre de la Trinidad, del mismo modo como en el matrimonio, por ejemplo, dos personas se convierten en una nueva, única realidad, con un nuevo y único nombre. 


El día del bautismo se realizan renuncias, promesas e invocaciones. Las renuncias son tres y analicemos, antes que nada, la segunda: "¿Renunciáis a las seducciones del mal para no dejaros dominar por el pecado?". ¿Qué son estas seducciones del mal? En la Iglesia antigua, y aún durante siglos, aquí había la expresión: "¿Renunciáis a la pompa del diablo?", y hoy sabemos qué se entendía con esta expresión "pompa del diablo". Eran sobre todo los grandes espectáculos cruentos, en los cuales la crueldad se convierte en diversión, en los cuales matar a hombres se convierte en un espectáculo. Pero, más allá de este significado inmediato, se quería hablar de un tipo de cultura, de un "way of life", de una manera de vivir, en la cual no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y crearse sólo a sí mismos como vencedores. Por lo tanto, esta renuncia era muy real: era el "no" a un tipo de cultura que es una anti-cultura, contra Dios y contra el hombre.


Bautismo de los niños 
Al final permanece la cuestión del bautismo de los niños. Lo que siempre se plantea es: "Pero, ¿podemos imponer a un niño qué religión quiere vivir o no? ¿No tenemos que dejar al pequeño la elección?". La realidad es diversa. La vida misma nos viene dada sin que podamos elegir si queremos vivir o no. A ninguno se nos pregunta: "¿Quieres nacer o no?". La vida misma nos viene dada necesariamente sin consentimiento previo. Por lo tanto, el bautismo de los niños no está contra la libertad. Es justamente necesario darlo, para justificar también el don de la vida eterna. 


Se sabe que san Luis IX, rey de Francia, cuando alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: "¡Querido hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de Dios!".


 Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe. Algo casi idéntico repitió san Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su natal Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el bautismo! 

Por Pbro. Dr. José Manuel Fernández