Luego de haber transitado por el camino de la preservación de los hechos históricos-arquitectónicos más significativos de la provincia y analizando lo poco que nos queda, veo con gran preocupación que el sentido común se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, no solo en aquellas personas que tenemos la obligación de defenderlo, sino en quienes desde la función pública o privada deben desarrollarlo. 


Claro está, a esta altura de las circunstancias y cuando no se dispone de elementos técnicos científicos que hayan sido analizados, menos aún se actúa con un criterio poco feliz para el mantenimiento de los edificios arquitectónicos que deben trascender en el tiempo. 


En 2003 nos tocó vivir en la provincia la defensa del edificio abandonado de la ex Estación del Ferrocarril San Martín. En ese momento un funcionario ideólogo quería hacer un Museo del Vino en esta estación. ¿Parece cosa de loco no? Pero con criterio lógico nos pusimos a trabajar en su condición originaria para la preservación y hoy es un Centro Cultural consolidado.

 
También existieron, frases que recuerdo en un Foro de la Ciudad donde participaba la ciudadanía. Una que escuché es que un Museo del Vino debe haber olor a vino. En una Estación de ferrocarril debe haber recuerdos de lo que fue en su momento glorioso, uno de los medios de transporte más importante del país. 

Lo peor que puede pasarle a un pueblo es negar sus orígenes, y más aún, hacerlos desaparecer. 


Hoy estamos sobre un hecho concreto, que lo vamos a recordar por el gran atropello a la historia: Ubicar al Poder Judicial en una Bodega. Y contesto como si estaría en ese Foro de la Ciudad... "En una bodega hay olor a vino''. Acá está el nacimiento de nuestra historia cultural e industrial de la producción del vino. Este es el inicio de la ruta del vino, si es que queremos engrandecer la cultura del vino. Acá deben estar esos grandes toneles, carretas, moledoras, gamelas, etc., y muchísimos más enseres utilizados por nuestros ancestros. 


Muy lejos de la realidad, me imagino reutilizar en un proyecto esas vasijas de hormigón en depósitos de millones de kilos de papeles (¿que aberración no?). O demoleremos todo sin dejar rastros para lograr los objetivos más que justos y necesarios que requiere el Poder Judicial. 


Si es así o de otra manera explicada, estoy convencido que estamos equivocando el sentido común. Y aquí es cuando trato de analizar: ¿No habrá llegado el momento de la participación del pueblo? E intentar realizar, como hacían nuestros héroes libertadores, darle participación y opinión al pueblo en las decisiones que se tomaban. Si el sentido común se disipa hay muchas maneras de recuperarlo. Una de ellas es empezar con convocatorias a la participación y dejemos que el pueblo asesore para tener mejor criterio a la hora de la toma decisiones. 


En definitiva lo que quiere es lo mejor para todos respetando nuestra historia y haciendo historia. Lo peor que puede pasarle a un pueblo es negar sus orígenes y más aún hacerlos desaparecer. En este sentido la historia de la cultura vitivinícola está en este lugar. 


Estoy convencido que si tomamos el camino de la participación vamos a encontrar el mejor sentido común, trascendental para la cultura e historia arquitectónica de un pueblo deseoso de verla y mostrarla a nuestros descendientes.