" Alba Solís vivió y cantó la canción de Buenos Aires de un modo especial, con las agallas que proponen los amores perdidos y los dolores cosechados...".

Hace unos años fallecía Alba Solís. Considero que se nos iba una de las más grandes cantantes de tango de la historia. Intérprete fuertemente dramática, vivió y cantó la canción de Buenos Aires de un modo especial, con las agallas que proponen los amores perdidos y los dolores cosechados, con la dulzura que destilan organitos románticos del viejo Pompeya o su Floresta natal. 


Un escena brutal signó su salida de este mundo que ella homenajeó y honró con los remansos y desventuras de tangos memorables: Nadie reclamó su castigado cuerpecito de 88 años, que debió esperar treinta días, hasta que el hijo de Hugo del Carril, con autorización judicial y la colaboración del entonces Secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido, asumieron la decisión de un entierro que fue desolado, una despedida más silenciosa que la propia muerte. 


Pero nada mata un tango, nada destruye la música, nada lapida el poema, nada demuele la epopeya que un cantor pone en su interpretación. Si hubo alguien que los dijera de un modo tan conmovedor, con una postura de fuego y sangre, fue la incomparable Alba Solís. Reniego de quienes afirman que algún artista es mejor que otro o es el más grande. Sí puedo asegurar que esta mujer no pudo ser comparada, porque sus semblanzas tangueras fueron personales cachetazos de luz tremenda, espejos de amores indescifrables, pura vida en soplos de notas que pocas veces se encontraron más a gusto y mejor entreveradas.


Se fue una estrella a vivir el instante incendiado de la eternidad. Ángela Herminia Lamberte, su verdadero nombre, no sólo prestigió el tango sino que el cine también disfrutó de sus brillos. Escenarios perforados de lunas de algodón y cera la extrañarán por siempre. No fue una cantante más, su música lloraba poemas, arrastraba hasta el Bajo bandoneones inspirados, fue un soplo de notas sangrantes, un borbotón de veranos, una madrugada triunfal insinuada por Parque Lezama, cuando posiblemente volvía de alguna de sus épicas tangueras a la que se había entregado de pies y manos en un concierto de una de las músicas más lúcidas y bellas del mundo.


Sigue vívida la estrella a la que tanto silencio le costó la despedida, para que la historia culminara en aventura vencedora del silencio. Por arrabales de un Buenos Aires que engendró bandadas de tangos-hogueras, manantiales de tangos-miel, rueda que te rueda la luna pálida y llorona de una ciudad hecha para la lluvia, esa garúa del romance clásico que proclama: "... sola y triste en esta acera va mi corazón transido con tristezas de tapera... Las gotas caen en el charco de mi alma, hasta los huesos, calado y helado, y humillando este tormento todavía pasa el viento empujándome... Garúa, tristeza, si hasta el cielo se ha puesto a llorar". 


¡Vive por siempre, enorme Alba Solís!

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.