Pensando en los tiempos complejos y difíciles que estamos atravesando en el ámbito social y político, recordé la imagen de un cuadro del pintor Théodore Géricault que vi en el museo del Louvre de París y que expresa el final de un dramático episodio naval sucedido en la costa de África en julio de 1817. La balsa de la medusa es un óleo monumental de 7,17 por 4,91 metros. 


La pintura se inspira en lo que sucedió en una embarcación que formaba parte de una flotilla compuesta por marineros, militares y funcionarios que viajaban para recibir las posesiones coloniales del reino de Francia de manos de los británicos. 


El capitán de la Medusa fue confiado a un noble realista que había forjado su carrera por los ascensos obtenidos en los despachos. Su nombramiento no fue otra cosa que el fruto de su militancia y lealtad al régimen monárquico y no por su capacidad y experiencia, ya que hacía más de veinte años que no formaba parte de ninguna tripulación. Seguramente por la incompetencia del capitán, contradiciendo a sus marineros experimentados, dio la orden de navegar en línea recta a su destino sin tener en cuenta los peligros que indicaban las cartas náuticas por la presencia de bancos de arena y arrecifes. Esto hizo que rápidamente se alejara del resto de las embarcaciones que buscaron un camino más largo pero más seguro.


Por este motivo y tras haberse desviado unos 160 kilómetros de la travesía, por una serie de decisiones desafortunadas, la Medusa terminó encallada en alta mar a 60 kilómetros de la costa. Luego de infructuosos intentos por liberar el navío y después de una gran tormenta, el capitán decidió la evacuación pero los botes salvavidas no eran suficientes para abordar a todos los tripulantes.


Entonces se decidió que algunas personas, elegidas discrecionalmente por el capitán, ocuparan los 6 botes disponibles y los 150 restantes subieran a la balsa que se había construido con los materiales que había en el barco. Los botes arrastrarían a la improvisada balsa y todos así lograrían salvarse.


A poco de evacuar se dieron cuenta que la balsa se convirtió en un lastre que les impedía avanzar y además amenazaba con hacer zozobrar a las pequeñas embarcaciones que la arrastraban. El compromiso inicial de "salvarnos todos o morir juntos" fue rápidamente olvidado y el capitán decidió soltar las cuerdas y dejar a los tripulantes de la balsa a su suerte.


La balsa abandonada por la inclemencia del mar, sin propulsión, escasez de alimentos y de agua pronto se convirtió en un caos. Peleas, motines, suicidios, asesinatos y hasta canibalismo. Al cabo de una semana sólo seguían vivos 30 de los 150 tripulantes iniciales.


Pensando en lo que nos pasa en el país 


¿Estamos de verdad todos en el mismo barco? ¿Todos creen que nos salvamos "todos juntos" (vaya coincidencia) como nos prometieron? ¿Son competentes los políticos y funcionarios que nos conducen? ¿Con quién asocio a cada uno de los protagonistas de este acontecimiento? ¿No nos estarán desenganchando a muchos para beneficiar solo a un grupo de privilegiados? 


La pintura retrata el momento y las actitudes, en una experiencia límite de la vida para cada uno, de los 15 últimos sobrevivientes que esperan, a pesar de todo, ser finalmente rescatados.


En el cuadro, alguno se muestra derrotado tirando a la deriva todas sus últimas fuerzas, otros no cree que pueda existir solución alguna en esta situación calamitosa, varios dudan de todo y de todos. Unos pocos mantienen la esperanza de llegar finalmente al triunfo decididos hasta destinar sus últimas fuerzas a salvar a toda la tripulación.


¿Con cuál de estas actitudes me identifico? 


No hay tiempo para mirar atrás y mucho menos para dejarse llevar por la pereza. Es mucho lo que nos espera.

Gustavo Carlos Mangisch
Doctor en Ciencias Sociales de la UBA y en Comunicación de la USAL