El pacto por la desnuclearización de Corea del Norte es un hito histórico. El peligro radica en que un pequeño cortocircuito en el proceso podría despertar el carácter volcánico de los protagonistas y dejar todo en foja cero.

El proceso empezó bien. Se sentaron a la par como iguales pese a las diferencias extremas desde que ambos países se distanciaron tras la Guerra de Corea que dividió al siglo pasado en dos. Donald Trump como representante del capitalismo y la mayor potencia económica; Kim Jong-un, del comunismo y una de las naciones más opresivas y pobres del mundo.


Tras la tregua, Trump aspira a que la desnuclearización sea total e irreversible. Demanda apertura política, incluida la liberación de más de 100 mil personas en campos de trabajo forzado. Pretende que el proceso termine durante su Presidencia. Los pronósticos son reservados. Jong-un quiere reconocimiento para su régimen, pero nada se dijo sobre su adicción a violar los derechos humanos.


Cuba ofrece indicios de pactos similares fracasados. Barack Obama y Raúl Castro reiniciaron relaciones diplomáticas después de 60 años de guerra fría. Aspiraron a profundos cambios políticos a cambio del relajamiento del embargo comercial. Nada ocurrió. Cuba siguió coartando libertades individuales y colectivas, no convocó a elecciones multipartidistas y siguió persiguiendo disidentes. Ido Obama, Trump borró el pacto de un plumazo.


Aunque Trump y Jong-un son teatreros y personalistas, el coreano salió más victorioso. Preparó bien el terreno. Hizo mucho ruido con sus misiles, poniendo al mundo al borde de un ataque de nervios, logrando un baño de popularidad al presentarse en sociedad como un ridículo "goldfinger" o "dedos de oro+, el villano de la saga de James Bond, empecinado en ser el amo del mundo.


Trump tomó la posta y lo invitó a negociar, aunque previamente el mundo fue testigo de un reality show en el que se reciprocaron todo tipo de descalificativos poéticos; los más presentables, "payaso, enfermo mental+ y "gordito cohete". Al final, sentados a la mesa de negociación en Singapur, se tiraron flores y tildaron de líderes, talentosos y amantes de sus pueblos. Trump puso moño a la ceremonia sorprendiendo a Jong-un con un video, "Dos hombres, dos líderes, un solo destino". Mostró la ficción de una Corea del Norte sin armas nucleares ni sanciones económicas, con libertad y porvenir, y, por supuesto, con sus "hermosas" playas repletas de hoteles de lujo, su debilidad. Un The End de película.


Trump terminó victorioso pese a las críticas recibidas, pronósticos desfavorables y por alabar a un tirano asesino. No le fue nada mal desde su óptica.


A muchos no le gusta todo el caos que Trump provoca con su estilo arrogante y acciones drásticas. Pero no se puede obviar que ha sido el único presidente que se ha mantenido fiel a sus compromisos de campaña que lo catapultaron a la Casa Blanca.


Habrá que esperar que la volatilidad retórica de ambos líderes no se dispare ante la mínima diferencia en el proceso. Si estos volcanes permanecen dormidos y permiten a diplomáticos y técnicos arreglar los entuertos, la desnuclearización será real.