Este año conmemora el octavo centenario de su creación. Su autor, un hombre de extraordinaria sensibilidad y alta mística, es San Francisco de Asís. Se presenta además con gran capacidad de “protesta” a la idolatría consumista actual. Se trata de “El Cántico de las Criaturas” (“Loado seas mi Señor por el Hermano Sol. Por la hermana Luna y la estrellas”) se considera el primer texto poético en lengua vernácula italiana, pero su valor trasciende la literatura para tocar fibras más profundas.

Es una invitación a redescubrir que todo es don, y la Casa común -la Tierra- ha de ser un jardín cuidado responsablemente ya que nos alegra, alimenta y protege.

Es una oración de gratitud, un himno a la vida, a la fraternidad cósmica, un acto de alabanza a Dios a través de toda la Creación, vivida no como objeto para usar y “tirar”, sino como un don para acoger y cuidar. Precisamente por su estructura relacional, el Cántico se ofrece hoy como un manifiesto contra la idolatría contemporánea, que se expresa en la lógica de la posesión, del dinero a cualquier precio, del consumo agobiante y de la dominación.

San Francisco no celebra la naturaleza como algo para ser explotado o reducido a un objeto, sino más bien como una realidad viva con la que mantener relaciones fraternales. 

Cuidar el mundo, no poseerlo
El verdadero nombre de Francisco de Asís era Giovanni di Pietro di Bernardone. El nombre “Francisco” le fue dado por su padre, un acaudalado comerciante de telas, quizás debido a sus relaciones comerciales con Francia. Francisco nació y creció en un ambiente de comerciantes, entre tiendas, textiles y balanzas. Desde pequeño, aprendió el valor de las cosas, el lenguaje del intercambio y la lógica del lucro. Sabía medir, evaluar y regatear. Su educación estuvo ligada al mundo de los negocios y a la mentalidad burguesa imperante en el siglo XIII.

Este aspecto es fundamental para comprender plenamente la radicalidad de la decisión de Francisco. Al elegir la pobreza, no solo realizó un gesto espiritual, sino también una ruptura con la cultura mercantil de evaluar, lucrar y obtener sólo ganancias. Se desnudó ante el obispo y la ciudad, devolvió todo a su padre y renunció a todas sus propiedades: un gesto simbólico que marcaba su rechazo a la “lógica económica” en la vida que llevaba. Su fe es una imitación concreta de Cristo pobre, no solo en sus palabras, sino en su estilo de vida.

Si releemos el Cántico de las Criaturas se hace evidente la distinción implícita entre habitar y poseer. San Francisco no celebra la naturaleza como algo para ser explotado o reducido a un objeto, sino más bien como una realidad viva con la que mantener relaciones fraternales. El Sol, la Luna, el Fuego, el Agua, la Tierra: todas las criaturas son llamadas hermano o hermana.

El lenguaje teológico del Cántico
El lenguaje del Cántico no es metafórico, sino teológico: cada criatura comparte el mismo origen, es signo de la presencia del Creador y tiene su propia dignidad intrínseca. En esta visión, cuidar el mundo significa reconocer el propio lugar dentro de una red de relaciones. Significa escapar de la ansiedad de la acumulación. Cuidar se vincula con el respeto, la hospitalidad y el cuidado; poseer, en cambio, genera desapego y competencia.

El lenguaje de Francisco está impregnado de una sensación de asombro. Cada criatura es alabada por lo que es, no por el uso que se le puede dar. Este asombro es lo opuesto a la actitud consumista, que reduce todo a un recurso para consumir o mercancía para intercambiar.

En el Cántico, la economía del don reemplaza a la de la apropiación. El hombre no es la cumbre de la creación, sino hermano del Sol y la Luna, porque comparten el mismo Padre Creador, con quien solo “compartimos alabanza y bendición”.

Manifiesto contra la idolatría
El Cántico ofrece un manifiesto sorprendente contra la idolatría contemporánea, donde la economía del deseo, con sus ídolos, ha reemplazado la sensación de limitación y el marketing ha colonizado la imaginación con sus “fantasías” -que nos impulsan a desear más allá de lo necesario- el Cantar de los Cantares aparece como una poderosa protesta: no somos dueños del mundo, sino huéspedes.

La idolatría contemporánea no trata de becerros de oro ni deidades paganas, sino de bienes de consumo, éxito y productividad. Es una idolatría sutil, omnipresente, donde la naturaleza ya no es madre sino un recurso que hay que exprimir. R. Bacon decía: “hay que arrancarle todos sus secretos”. Así quedamos. El Cántico de las Criaturas desenmascara estas idolatrías al proponer una lógica opuesta: ser en lugar de tener, relación en lugar de dominio.

Por el Pbro. Dr. José Juan García