Especial para Diario de Cuyo – Pbro. Dr. José Juan García

Este domingo leemos el evangelio de san Mateo 24, 37-44: ‘En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.

En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estén en vela, porque no saben qué día vendrá el Señor.

Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.

Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos pensada viene el Hijo del hombre‘.

Comenzamos un nuevo año litúrgico. Se nos invita a abrir el corazón al Adviento, ese tiempo breve pero intenso que nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación. No se trata pasivamente de ‘esperar la Navidad‘. Adviento es tiempo de despertar, de volver a poner la mirada en el horizonte de nuestra esperanza: el Señor que vino, que viene y que vendrá.
El evangelio de este domingo nos sitúa ante la palabra clave de este tiempo: ‘velar‘. Jesús la repite con insistencia. Velar no es vivir asustados, ni en una tensión nerviosa; es vivir despiertos, atentos a la presencia de Dios en nuestra historia. En un mundo que nos adormece con el ruido, la prisa y el consumo, el Adviento nos sacude y nos recuerda que hay algo más profundo que las luces de las calles o las compras de temporada: el Señor está viniendo a nosotros.

El texto de Mateo nos habla de los días de Noé. ‘Comían, bebían, se casabanà hasta que llegó el diluvio‘. Jesús no critica esas actividades; son cosas normales de la vida. Lo que reprocha es la indiferencia, ese vivir como si Dios no existiera. También hoy podemos caer en ese sueño: cumplir con nuestras rutinas, hacer planes, trabajar, divertirnosà y sin embargo, dejar que el corazón se apague. El Adviento es un llamado a salir de la indiferencia y volver a centrar nuestra vida en lo esencial.

Velar, entonces, no es sólo rezar o esperar en silencio. Es vivir con el corazón encendido, con la fe despierta y las manos activas. Es tener la lámpara preparada, como las vírgenes prudentes de la parábola, sabiendo que el Esposo puede llegar en cualquier momento. Velar es cuidar la oración, pero también cuidar los gestos de amor, la atención al pobre, la fidelidad en lo pequeño.

Quizás este Adviento podríamos hacernos una pregunta sencilla: ¿En qué me he dormido?

Tal vez en la rutina de la fe, en la falta de tiempo para Dios, en el descuido de la familia, en la indiferencia ante los que sufren. Despertar no siempre es cómodo, pero es el comienzo de una vida nueva. Dios Amor nos espera.