En artículos anteriores, señalamos que educar la sexualidad y la afectividad de los hijos es “enseñar a amar para saber amar”. Amar es querer el bien de la persona amada; es preocuparse y ocuparse por su bienestar, por su realización, por su felicidad. Quien ama quiere lo mejor para la persona que ama, compartiendo todo, como enamorados (“en-amor-dados”).

¿Cómo puede decir alguien “te amo” y después maltratar, humillar y faltar el respeto a la persona a quien se lo dice? Amar es ayudar a crecer, a superarse, a ser mejor persona, a ser feliz. Y esto es muy propio de los cónyuges, que se han donado para compartir un proyecto de vida juntos.

La palabra “cónyuge” hace referencia al “yugo”, un elemento de madera que se colocaba sobre el cuello de una pareja de bueyes para mantenerlos unidos en sus movimientos. Es una figura de lo que se entiende debe ser la vida en pareja, un camino en el que ambos esposos deben “tirar” o caminar cooperando de manera conjunta en la misma dirección.

El matrimonio es ser “cónyuges”, o sea, es llevar adelante el proyecto de vida común al que se han comprometido. Para graficar la conyugalidad práctica en la vida matrimonial, es útil el ejemplo de los dos burros, como aquí se ilustra:

Los burros A y B tienen hambre y quieren comer de manera inmediata. Pero cada uno quiere hacerlo independientemente del otro y no pueden. Se dieron cuenta que, si cada uno sigue haciendo fuerza hacia su lado, ninguno de los dos comerá y morirá de hambre.

Decidieron hacer una pausa y negociar para llegar a un acuerdo: a que heno irían primero, si al que estaba más cerca del burro A o del B, y comer uno primero y el otro después. Pero acordar que primero comiera uno y luego el otro, no resolvía la necesidad de calmar el hambre inmediatamente. Entonces comprendieron que lo mejor para ambos era compartir el heno y comer los dos al mismo tiempo.

Este ejemplo nos muestra que en el matrimonio hay que complementarse, ayudarse, servirse mutuamente, buscar el bien del otro. Y para ello, es absolutamente necesario que se pongan uno junto al otro, mirando ambos hacia el mismo lado, hacia adelante y tirando de la carga con igual fuerza. Muchos matrimonios fracasan porque, en lugar de proponerse llevar juntos el yugo, ambos miran la carga del otro y no la propia, de donde surgen sentimientos críticos que los enfrentan.

El Papa Francisco escribe: “Cuando la mirada hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el matrimonio también como un proyecto de construir juntos, con paciencia, comprensión, tolerancia y generosidad” (AL,218).

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar y Lic. en Bioquímica