En la cuarta Carta Encíclica “Dilexit nos”, del 24 de octubre de 2024, el Papa Francisco escribe sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. El título, que significa “Él nos amó” en latín, hace referencia a la Carta de San Pablo a los Romanos 8,37, destacando la centralidad del corazón como lugar de encuentro con Dios y con los demás.
El corazón en el lenguaje de todos los pueblos es la imagen y símbolo del amor. Por ello, hablar del Corazón de Jesús es hablar del amor del “Dios-Hombre” que se hace misericordia ante nuestra miseria. En efecto, la Sagrada Escritura expresa que “Dios es Amor” (1 Juan 4,8). El Padre es el amor infinito; el Hijo es el verbo amor, la palabra de amor del Padre; unidos ambos por el divino Espíritu de amor. De manera que el amor infinito de Dios llegó a nosotros por Jesús: Él nos ha amado hasta el extremo, hasta humanarse y compartir su vida con nosotros, hasta entregarse y morir crucificado por nuestra salvación, hasta quedarse vivo-resucitado en la Eucaristía como alimento espiritual: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16).
Así lo expresó el Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690): “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor” (Autobiografía).
De la misma manera, a Santa Faustina Kowalska (1905-1938) le confiará: “Mi Corazón está colmado de gran misericordia para las almas y especialmente para los pobres pecadores. Oh, si pudieran comprender que Yo soy para ellas el mejor Padre, que para ellas de Mi Corazón ha brotado Sangre y Agua como de una fuente desbordante de misericordia; para ellas vivo en el tabernáculo; como Rey de Misericordia deseo colmar las almas de gracias…” (Diario, 367).
Ambas devociones tienen un mismo origen, el infinito amor del Sagrado Corazón, que se derrama cuando Longinos lo traspasa con su lanza. Y del costado abierto de Cristo en la Cruz, manó sangre y agua, los dos rayos que caracterizan la imagen de la Divina Misericordia: uno blanco y otro rojo; el primero, el Bautismo que justifica a las almas; el segundo, la Eucaristía que es la vida de las almas.
Del corazón traspasado de Jesús brota su amor misericordioso por el género humano, que se transforma en Divina Misericordia al contacto con sus miserias, pobrezas, carencias y necesidades, para remediarlas y darles la salvación. Santa Faustina dirá que “el amor del corazón de Dios es la flor, y la misericordia su fruto” (Diario, 949).
Por Ricardo Sánchez Recio
Lic. en Bioquímica

