* Remberto Narváez:
Cuando los cantores aprendemos a hacer segunda voz, nos parece que ya sabíamos casi todo. Y no digo nada cuando aprendimos la tercera. Y siempre había alguien mayor que decía;: “Ah!…como la segunda voz de Narváez..!” Era el ejemplo típico, el modelo, el casi mítico Remberto Narváez aparecía como alguien superior en materia de canto, además de sus dotes de ejecutor del requinto, gran autor y compositor.

Recuerdo el orgullo que experimenté cuando me enteré que era sanjuanino. oriundo de Iglesia, y, desde entonces una aspiración fue conocerlo. Por diversas razones, no tuve esa satisfacción, pero cuando me aventuré en el remanso de sus canciones, junto a la voz de su compañero histórico en el Dúo, Arbos-Narváez, bien llamado “Los Caballeros del Folklore”, me pareció descubrir otro compartimento, otro rincón de la música: no había escuchado a nadie cantar así; entonces corroboré aquella leyenda del ambiente folklórico según la cual Remberto Narváez era capaz -a la vez- de cantar, puntear la guitarra o el requinto, casi exótico instrumento que el conquistó para el folklore, y que ese impresionante engendro de hechicería sonara digno del alma.

Remberto Narváez vistió la música folklórica cuyana de galas ciudadanas. A la casi cansina expresión de Cuyo le despuntó estallidos y pasiones, y desde entonces todo sonó diferente. Apagada su estrella inconfundible, sentí cargo de conciencia de muchos sanjuaninos a quienes nos hubiese gustado trasponer la valla mucho más dura que mil doscientos kilómetros que nos separa de Buenos Aires y gran parte de esa incomprensible indiferencia del país que allí anida, llegar hasta sus últimos largos y dolorosos días de postración sin haber vuelto nunca a su provincia y confesarle la admiración que -Dios lo quiera- le llegue del modo más bello, como fue su vida, marcada por los claroscuros del dolor y el estigma infinito de su música.

* El Chango Ramírez:
Era la época en que la familia escuchaba con fervor la radio. Me recuerdo pibe; cruzábamos la calle Las Mercedes y nos metíamos en la cancha de básquet que a los pocos años sería el estadio cerrado “Aldo Cantoni”.. Al atardecer volvíamos a casa con las rodillas marcadas y el ansia enorme de reencontrarnos con nuestros padres. En esos días, un locutor que bien pudo ser el “Negro” Romero, o Santos Domingo Quinteros, anunciaba el concurso de nuevos intérpretes. Por allí desfilaron muchos que luego serían grandes voces populares, pero hubo uno que dejó una impronta especial. Venía de La Rioja, era de los pocos que cantaba folklore e interpretaba sus propios temas, verdaderas creaciones muy bellas. Se presentaba simplemente como “El Chango Ramírez”. De él recuerdo la extraña emoción que desbordaba su voz muy bien afinada y su timbre cálido; aquellos trovadores de quienes solemos decir que tienen “gusto” para cantar; los que llegan al alma por razones que no se puede explicar.

No sé bien qué pasó con El Chango Ramírez. Hace muchos años lo perdí de las calles de San Juan, donde con una humildad que sacudía, me solía decir de su cariño por lo que hacíamos, y yo, intrigado y dolido porque no lo escuchaba cantar, no me animaba a preguntarle qué le ocurría. Hoy no ronda las calles su figura flaca y sincera, ni su voz logra saltar por sobre los escaparates de la memoria popular, donde residen todas las canciones de todos.

Hoy su nieto, Eduard de Cabrera, siembra las calles de San Juan y gran parte de América con sus bellas creaciones.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor,. intérprete.